El domingo 09 de enero del año 2011 comencé a leer otro de los libros de Giovanni Papini, "El libro negro", publicado por Compañía Editorial Continental S. A. y traducido por Carlos Juan Vega. Momentos en que escribo esto, el separador de libros marca la página 72.

Si bien aún no he terminado de leerlo, he disfrutado hasta toparme con "El enemigo de la naturaleza", relato que me deleitó al punto de animarme a terminar la lectura del libro de Papini. "El enemigo de la naturaleza", es uno de los tantos relatos que conforman una especie de diario que comenzó con "Gog" y terminan en "El libro negro"; relato de redacción hermosa en el que se ataca a los amantes de la vegetación y la naturaleza en el afán de mostrar el lado menos desagradable de los rebeldes. Si Giovanni Papini destaca por algo es por sus observaciones incisivas y su escepticismo (antes de convertirse en un ferviente católico).

Sin más preámbulos es un gusto facilitar la traducción de Carlos Juan Vega:


El enemigo de la naturaleza

New Parthenon, 18 de abril.


Pocos días hace, mientras paseaba por el jardín de mi villa marítima, advertí con el estupor consiguiente, que el más bello de mis cerezos, que el día anterior estaba cubierto por una nube de flores, no era más que un desnudo esqueleto de ramas, como si estuviéramos en enero. Las flores y las hojas que lo adornaran hasta el día anterior, yacían por tierra como sucia hojarasca.

No había habido torbellinos ni golpes de viento durante la noche. Aquel delito había sido hecho por una mano humana. ¿Quién podía haber realizado aquella sacrílega devastación?, ¿un loco o un enemigo?

Al día siguiente experimenté otra sorpresa: todos mis tendales de narcisos, todas mis espalderas de glicinas no tenían ni una flor; los setos de siempreverdes, laureles y boj, estaban transformados en un entrelazamiento miserable de vástagos sin hojas. Llamé a Harry, el capataz de los jardines, quien ya había advertido aquellas depredaciones y estaba más aterrorizado que yo. Me dijo que también la huerta, donde hago cultivar legumbres y verduras de toda clase, estaba devastada, pisoteada, con las plantas desenraizadas o cortadas a flor de tierra. Aquello era demasiado grave. En seguida hablé por teléfono con el comisario quien poco después estaba en la villa y quedó asombrado, lo mismo que yo, ante la comprobación de aquel insensato estrago. Me dijo

- Esta noche mandaré aquí dos vigilantes que harán guardia durante toda la noche, y en caso de que vuelva el malhechor, lo sorprenderán.

Pero aquella noche y la subsiguiente los policías no vieron ni oyeron absolutamente nada. Al amanecer del tercer día fui despertado por el ruido de armas de fuego y por gritos. Descendí al jardín y vi venir hacia mí a un joven palidísimo, que era arrastrado violentamente por los dos policías hacia la entrada de la casa. Cuando el joven estuvo encerrado en un cuarto de la planta baja, con buena custodia, quise interrogarlo.

Al principio permaneció mudo e inmóvil, como si las preguntas no fueran dirigidas a él. Pude entonces observarlo bien: era rubio y de aspecto delicado, tenía un rostro ascético de intelectual y soñador, vestía pulcramente de color gris oscuro, sus manos eran mórbidas y finas, manos de artista o de mujer. Me miraba con dos bellísimos ojos celestes, luminosos como los de un piadoso novicio.

El comisario, advertido telefónicamente, llegó pocos minutos después e interrogó también al desconocido, siendo más afortunado que yo, pues le respondió con voz dulce

- Me llamo David Bayton, tengo veinticinco años de edad y soy pintor. No tengo familia, vivo en el Hotel Sanderson, en Fire Street. He estudiado en Boston y he expuesto obras en Filadelfia. ¿Quiere saber alguna otra cosa?

- Sí. Queremos saber lo más importante, ¿fue usted quien destruyó repetidas veces las flores y plantas del jardín de míster Gog?

- Sí, he sido yo.

-¿Y por qué lo hizo? ¿Tiene algún motivo personal de resentimiento contra míster Gog?

- Ningún motivo. Pocos minutos hace, y por primera vez, he visto a míster Gog.

- Pues entonces, ¿cómo explica su alocada acción?

- Será algo difícil que ustedes puedan comprender las razones que me han inducido a hacer lo que he hecho.

- Esto no le compete a usted, señor Bayton. Diga todo cuanto pueda y pondremos nuestra mejor voluntad a fin de comprenderle.

-¿Lograrán comprender que yo odie, desde mi niñez, a los poetas, a los que mienten en rima, a los estafadores laureados? ¿Podrán comprender que los odie principalmente a causa de sus insulsos lugares comunes acerca de la primavera? La verdadera primavera, la que conocí en mi miseria, está hecha de lodo sucio, de viento áspero, de olor a estiércol. Vuestra primavera es una estafa insultante de los literatos y de los jardineros.

- Sin embargo, usted mismo ha dicho que es pintor, ¿puede un artista blasfemar como usted lo hace de las obras del Señor?

- Soy pintor, pero de los que se han liberado, y espero que para siempre, de la humillante fidelidad a lo verdadero, a la naturaleza, a la belleza. Queremos representar un mundo nuestro, un mundo nuevo, arbitrario y metafísico, que sea obra de nuestra mente y no creación de ese Dios vuestro de las escuelas dominicales.

- No estoy aquí para discutir sobre las teorías de las bellas artes. ¿Tiene alguna otra declaración que hacer?

- Sí. Deseo añadir que la vegetación es, ante mis ojos, una forma inferior de la vida terrestre, una forma parasitaria, pasiva, inmóvil, muda. No puedo soportar el verla, y si me es posible la ataco.

- Bien, ¿y qué más?

- Puesto que me escuchan, quiero decirles que odio con especial intensidad a las flores, desde que he sabido que son desvergonzadas exhibiciones sexuales hechas por las plantas para inducir a los insectos a que actúen como intermediarios en la diseminación del polen. Esas poéticas flores que vosotros, personas sabias y virtuosas, oléis con tanta dedicación y ofrecéis galantemente a las castas doncellas, no son más que obscenos órganos genitales carnosos y viscosos.

- Hemos comprendido, ¿qué más?

- Declaro también que detesto y vomito con sinceras náuseas a vuestra bella naturaleza, que incluso en el reino vegetal se reduce a una lucha atroz por la supervivencia, o sea a una perenne guerra y a una mutua destrucción. Se admite por doquier que un hombre culto, civil, bien educado, debe admirar a la santa, a la divina naturaleza. Siempre me he rebelado contra ese hipócrita lugar común. Para mí la naturaleza es un caos sospechoso y misterioso, del que no puedo huir pero que aprisiona y amenaza mi existencia, mi personalidad. Es algo impuesto y enemigo, de lo que sólo puedo sustraerme con la revuelta y la destrucción. Pero no soy un loco, un insano, como vosotros lo creéis, y puesto que no puedo desenraizar los montes o asesinar a las ballenas, me desahogo contra los vivientes más frágiles e inermes, contra los vegetales.

-¿Ha concluido ya?

- Hay otra razón que me induce a todo esto, pero es demasiado íntima y personal. Jamás la conoceréis.

- Prescindiremos de ella. Para mí, el único problema es éste: ¿debo meterle en una cárcel o acompañarle a un manicomio?

- Entre un lugar y otro no hay mucha diferencia - replicó David Bayton, sonriendo. Lléveme al lugar que esté más cercano.

El comisario y sus hombres hicieron que el joven subiera a un automóvil y se alejaron de la villa. Al quedarme solo comencé a pensar en lo que había oído.

Ese pintor maniático, en el fondo no me desagrada. Querría hacer algo a fin de que lo pongan en libertad.

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