
"Lluvia de piedra" no es una novela corta que se lee de un tirón. Exige concentración, exije relectura. En lo personal comencé a leerla un fin de semana en la comodidad de mi cama y terminé leyéndola/releyendola en el minibus.
Sus dos partes, conformadas por capítulos de numeración ascendente y descendente, albergan a un montón de joyitas. Por ejemplo: Los cuadros que Esteban pinta con su imaginación. La melancolía de esas aguas marinas tan propias como ajenas. La incredulidad, la indecisión, la resignación de Esteban. La manifestación y el dominio de las personalidades múltiples. El sentimiento de culpa tardío. Lo onírico en la sucesión de los acontecimientos. Esa lluvia que no para, allá, donde solo Esteban decidió regresar.
Quiso saber cómo se veía su propia silueta de espaldas para notar las diferencias que existían en su actual manera de caminar respecto a la de los años juveniles: no pudo imaginarlo sino a través de la misma Rosario. Lo que vio en su imaginación lo desconsoló.
El argumento es simple, Esteban decide volver a La Paz después de cuarenta años viviendo en Antofagasta. Es recibido por Marianela, la novia que murió antes de su partida. Esteban vuelve a la casa de su abuela, a una edificación casi en ruinas, junto a Marianela. Marianela aparece y desaparece, aparece y desaparece y con tales apariciones y desapariciones confunde a Esteban. Esteban no se decide, no sabe si volver a Antofagasta o reconstruir la casa, finalmente opta por lo segundo. Esteban pierde conciencia de sus actos, eso hasta que otro Esteban, uno más seguro de sí mismo toma su lugar. Esteban nota que la casa cobra vida, que la casa es una analogía de su vida, una vida derruida pero decidida a enmendarse. Sin embargo la voluntad de Esteban no basta frente a una lluvia que no se detiene, una lluvia que ha debilitado los cimientos de su casa y de su vida.
El arroz sin embargo, le sabía a lluvia. Los pedazos de pollo también. La ensalada era agua misma. A pesar de esto, el alimento logró satisfacer su hambre.
En “Lluvia de piedra” el lector encontrará realismo fantástico y onirismo, acontecimientos terroríficos asumidos con resignación por Esteban. Esteban, un monstruo patético, un agonizante fantasma de carne y hueso frente al enérgico fantasma de una persona muerta. Esteban, un anciano que llora en sincronía con una lluvia que no quiere parar, un anciano que quiere pagar por sus pecados pero no tiene con qué.
Distraído por estos pensamientos, no vio que una piedra estaba a punto de caer sobre otra donde estaba apoyado un dedo suyo, y cuando cayó, quiso gritar de dolor pero se contuvo con todas las fuerzas de que era capaz, apretó los labios y cerró su garganta. Atrapó el grito que dio miles de vueltas veloces y violentas por su cabeza y fue a enterrarse a sus oídos en forma del llanto de un bebé recién nacido.
Son las últimas páginas las que dan sentido a las más de cien anteriores, como en "La conjura de los necios" de Kennedy Toole. Los sucesos acontecen en una tétrica casa habitada por recuerdos, como en “Aura” de Fuentes.
—Solo quise reconstruir lo que yo mismo destruí —estaba diciendo Esteban—; retroceder como Marianela, en el tiempo de alguna forma, la única en la que puedo pensar. Solo eso. No lo logré.
—Lo sé. Lo sé todo. No te preocupes Ninguna voluntad puede reparar un error cometido. Uno tiene que entender que las cosas imposibles sí existen.
“Lluvia de piedra” me recordó que la indecisión solo prolonga la espera de lo inevitable. Me gustó, sí, pero no en la medida que hubiese deseado. La segunda parte “2. El descenso” está muy bien escrita, pero vaya que cuesta llegar hasta allí. Siento que Rodrigo quiso sorprender al lector con un desenlace a lo O. Henry, pero finalmente abusó de la tensión, al punto de segmentar la atención del lector. Nos presentó un borrador final. Terminó escribiendo un cuento largo con un personaje principal muy bien elaborado pero con personajes secundarios de relleno. Tal vez por la presión de tener que presentar su texto en el plazo establecido por las bases del concurso. O quien sabe, tal vez el del problema soy yo. Aún así, a la fecha, no puedo guardar mi parecer; me quedo con el escritor de cuentos de "Eva y los espejos".
—Por suerte ha dejado de llover —le decía una anciana a una jovencita— la lluvia excesiva siempre perjudica los sembradíos.
Ojalá Rodrigo algún día retome “Lluvia de piedra” y la afine, porque detalles rescatables no le faltan. O sino que simplemente me mande a donde mejor le parezca, allá donde merecen ir los que solo saben escribir reseñas.
Mi calificación, tres eÑes sobre cinco.

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