En realidad, esa historia de Arquímedes no fue exactamente como la cuentan. Desde luego, es cierto que lo mataron los romanos cuando entraron en Siracusa, pero no es verdad que entró en su casa un soldado romano para saquear, y que Arquímedes, embebido en sus dibujos geométricos, le gritó enfadado: ¡No deshagas mis círculos! Primero, Arquímedes no era un profesor distraído, que no sabe lo que ocurre a su alrededor. Por lo contrario, era por naturaleza un verdadero soldado e inventó para Siracusa máquinas de guerra que se usaron en la defensa de la ciudad; segundo, aquel soldado romano no era ningún ladrón embriagado, sino un culto y ambicioso capitán de Estado Mayor llamado Lucius, que sabía con quién tenía el honor de hablar y no había entrado para saquear, sino que ya en la misma puerta saludó militarmente diciendo: - ¡Salud, Arquímedes!
            Arquímedes levantó la vista de las tablillas recubiertas de cera sobre las que estaba dibujando y dijo: - ¿Qué ocurre?
            -Arquímedes - explicó Lucius -, sabemos muy bien que sin tus máquinas de guerra Siracusa no hubiera resistido ni siquiera un mes. Así hemos tenido quehacer durante dos años. No creas, nosotros los soldados, sabemos apreciar eso. Magníficas máquinas. Te felicito.
            Arquímedes hizo un gesto con la mano: - Por favor, ¡si no son nada de particular! Máquinas ordinarias para lanzar… una especie de juguete. Científicamente no tienen ninguna importancia.
            -Pero militarmente sí - dijo Lucius -. Oye, Arquímedes, he venido a decirte que trabajes con nosotros.
            -¿Con quién?
            -Con nosotros, los romanos. Debes saber que Cartago está en decadencia. ¿Para qué ayudarles todavía? Ahora vamos a acabar con Cartago en un dos por tres, ¡ya verás! Todos vosotros haríais mejor en ser nuestros aliados.
            -¿Por qué? - gruñó Arquímedes -. Nosotros los siracusianos somos una nación griega. ¿Por qué habríamos de ir con vosotros?
            -Porque vivís en Sicilia y nosotros la necesitamos.
            -¿Y por qué la necesitáis?
            -Porque queremos dominar el Mar Mediterráneo.
            -¡Ajá! – dijo Arquímedes, y miró pensativo su tablilla -. ¿Y para qué la queréis?
            -El que es señor del Mar Mediterráneo - dijo Lucius - es señor del mundo.
            -¿Acaso tenéis que ser señores del mundo?
            -Sí. La misión de Roma es convertirse en señor del mundo. ¡Y te digo que lo será!
            -Quizá - respondió Arquímedes, mientras borraba algo en la tablilla recubierta de cera -. Pero yo no os lo aconsejaría, Lucius. Oye, ser señor del mundo… Eso hará que un día tengáis que defenderos terriblemente. ¡Lástima de trabajo que os dará!
            -No importa; pero seremos un gran Imperio.
            -Gran imperio… - murmuró Arquímedes -. Si dibujo un círculo pequeño o grande, siempre será un círculo. Otra vez están aquí las fronteras… Nunca estaremos sin fronteras, Lucius. ¿Piensas que un círculo grande es más perfecto que un círculo pequeño? ¿Crees que eres mejor geómetra, si dibujas un círculo grande?
            -Vosotros, los griegos, siempre jugáis con los argumentos - objetó el capitán Lucius -. Nosotros mostramos nuestra razón de otro modo.
            -¿Cómo?
            -Con hechos. Por ejemplo, hemos conquistado vuestra Siracusa, ergo, Siracusa nos perteneces. ¿Es una prueba clara?
            -Es - dijo Arquímedes rascándose la cabeza con el estilo -. Si habéis conquistado Siracusa, pero ya no es ni será aquella Siracusa que fue hasta ahora. Era una grande y gloriosa ciudad, hombre. Ahora, ya nunca será grande. ¡Lástima de Siracusa!
            -En cambio, Roma será grande. Roma tiene que ser la más fuerte de todo el círculo terrestre.
            -Y ¿por qué?
            -Para poderse sostener. Cuanto más fuertes somos, más enemigos tenemos. Por eso hemos de ser los más fuertes.
            -En lo que respecta a la fuerza - murmuró Arquímedes - yo soy un poco físico, Lucius. Y te diré una cosa: la fuerza se ata.
            -¿Qué quiere decir eso?
            -Es una ley, Lucius. La fuerza, que produce efecto, con ello se ata. Cuando más poderosos seáis, más necesitaréis de vuestra fuerza. Y un día, llegará el momento…
            -¿Qué ibas a decir?
            -¡Nada…! Yo no soy profeta, hombre, sino solamente físico. La fuerza se ata. No sé nada más.
            -Oye, Arquímedes, ¿no quisieras trabajar con nosotros? No tienes idea de las grandes posibilidades que se te presentarían en Roma. Construirías las mayores máquinas de guerra del mundo…
            -Has de perdonarme, Lucius; ya soy viejo y todavía quisiera trabajar en una o dos de mis ideas… Como ves, en estos momentos estoy dibujando algo.
            -Arquímedes - repitió Lucius -, ¿no te atrae el conquistar con nosotros el gobierno de todo el mundo? ¿Por qué callas?
            -Perdona - murmuró Arquímedes, inclinado sobre su tablilla -. ¿Qué has dicho?
            -Que un hombre como tú podría conquistar el poder mundial.
            -Ejém… el poder mundial - dijo Arquímedes abstraído -. No debes enfadarte, Lucius, pero yo tengo aquí algo más importante que hacer, ¿sabes? Algo de más duración, algo que, verdaderamente, perdurará.
            -¿Qué es?
            -¡Cuidado! ¡No deshagas mis círculos! Esa es la manera de calcular la superficie de un segmento de círculo.

            Más tarde fue dada la noticia de que el sabio Arquímedes, perdió la vida por casualidad.
AÑO 1938
 

1 comentario:

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