Cayó la lluvia tal y como lo previo Sebastián, la lluvia no era tan fuerte, a pesar de ello él sentía que tardaría mucho tiempo antes de su cese. Mientras tanto Sebas caminaba acompañado por dos amigas. No podría decirse con exactitud si lo hacía por el paraguas que bien podría cubrir a cuatro personas (casi una ch'iwiña), o era por que se sentía cómodo al lado de ellas. Burlón como era Sebatián, retó demostrarles cuan gracioso era caminar entre la lluvia. "¿Chistoso?, tu estás mal, la única gracia que le veo a la lluvia es que no voy a necesitar bañarme, lavar los pies ni mi ropa debido a toda esta agua", así recriminó de manera sarcástica una de sus amigas. Sebastían en cambio les propuso por el costo de un pollo a la broaster que así sería. La otra amiga, como ya entraba la noche y al día siguiente no tenía mucho por hacer convenció a su "amiguis" a aceptar el trato, condicionando a Sebastían , "si no nos divertimos , nos tendrás que pagar el pasaje de un taxi a cada una de nosotras". Sebastían aceptó, a pesar de la posibilidad de quedar como un tonto endeudado con antojo de pollo frente a sus amigas.
Entonces recorriendo las calles, casi llegando al centro de aquella ciudad boliviana, allí donde los automóviles son tomados usualmente. Él se detuvo y pidió que contemplasen lo que les indicaría. Ellas, sin nada que perder y con mucho que ganar aceptaron. Así Sebastían encontró una oportunidad, donde tal vez nadie vería una. "¿Ven a ese abuelo, a esa señora, a ese joven y a esa niña, y a todas esas personas que están ahí esperando un coche para tomar el minibús?". Sí, asentaron ambas. "Miren como ponen a prueba su habilidad física"; así mientras se detuvo un auto, y el ayudante subía en un 25% el costo de los pasajes al anunciar los destinos del automotor, toda esa gente corría para ocupar un asiento. Se mojaron los zapatos, se empujaron, ponían a prueba su habilidad física y hasta su astucia, pues el abuelito que llegó en último lugar pregunto si una billetera en el suelo pertenecía a alguien, mientras tanto aprovechaba el descuido ocupando un buen asiento dentro el minibús. Las amigas de Sebastián al ver como pone la gente a prueba su habilidad física y mental con picardía, reía, reía al haber estado frente a una aplicación de la fábula del lobo y el cuervo combinada con la de la liebre y el zorro en nuestro territorio boliviano, con personajes bolivianos, rieron, no tuvieron de otra más que reír hasta el llanto.
Ya un poco más calmada una de las amigas en tono serio le dijo:"No pensarás que eso te ha librado de pagarnos el taxi", mientras su escote mojado hizo olvidar por un momento la apuesta a Sebastián. "Bueno ¿Necesitan algo más?, entonces se los mostraré", decía con malicia Sebas al haber identificado como un emprendimiento económico del comercio popular se veía frustrado. Mientras tanto, inéxplicablemente Sebastián sintió como saltaba una mini avalancha de agua sobre su ropa (una peta había demostrado el poder de su velocidad y el apuro de su dueño por llegar a su destino). "Juajuajuajuajuy, está bien Sebastián, ya basta; lo que haces por ganar un pollo, toma mejor tu dinero y andá a comer", manifestaba así su alegría una de las amigas, para después despedirse de él con un beso en la mejilla. "Si, no es para que te enojes, pero por cierto, te quedan bien el color oscuro, cuídate guapo", se despedía la otra.
Sebastián ganó, pero a costa de si mismo, cosa que le puso a pensar, pues el quería mostrar como es la vida, pues muy cerca estaba un tipo con una tarima, que había invertido su capital en establecer un negocio innovador, un puesto parrillero para vender hamburguesas de llama, un gran emprendimiento frustrado por la lluvia. Al parecer había vendido muy pocas hamburguesas, pues en un mostrador se exponían mucha carne cocida, mientras al lado del emprendedor boliviano humeaba el carbón apagado por la lluvia en la parrilla. Sebastián entró de un sentimiento de vergüenza a uno de conciencia. Hace instantes pensaba burlarse de tal acto, ahora el antojo de pollo cambió, además la carne de llama tiene poca grasa y sabe muy bien. Él ahora deseaba ayudar en medida de sus posibilidades al frustrado emprendedor auquénido. "Dame dos hermano" le dijo al vendedor que miraba de manera rara al comprador del pantalón lleno de barro. Sebastián pagó y se fue a casa, la morada no quedaba muy lejos del centro de la ciudad. "Carajo, que feo es que se burlen de la desgracia ajena" pensó mientras recordaba como le había mirado el planificador-productor-distribuidor de aquellas hamburguesas de llama.
Entonces recorriendo las calles, casi llegando al centro de aquella ciudad boliviana, allí donde los automóviles son tomados usualmente. Él se detuvo y pidió que contemplasen lo que les indicaría. Ellas, sin nada que perder y con mucho que ganar aceptaron. Así Sebastían encontró una oportunidad, donde tal vez nadie vería una. "¿Ven a ese abuelo, a esa señora, a ese joven y a esa niña, y a todas esas personas que están ahí esperando un coche para tomar el minibús?". Sí, asentaron ambas. "Miren como ponen a prueba su habilidad física"; así mientras se detuvo un auto, y el ayudante subía en un 25% el costo de los pasajes al anunciar los destinos del automotor, toda esa gente corría para ocupar un asiento. Se mojaron los zapatos, se empujaron, ponían a prueba su habilidad física y hasta su astucia, pues el abuelito que llegó en último lugar pregunto si una billetera en el suelo pertenecía a alguien, mientras tanto aprovechaba el descuido ocupando un buen asiento dentro el minibús. Las amigas de Sebastián al ver como pone la gente a prueba su habilidad física y mental con picardía, reía, reía al haber estado frente a una aplicación de la fábula del lobo y el cuervo combinada con la de la liebre y el zorro en nuestro territorio boliviano, con personajes bolivianos, rieron, no tuvieron de otra más que reír hasta el llanto.
Ya un poco más calmada una de las amigas en tono serio le dijo:"No pensarás que eso te ha librado de pagarnos el taxi", mientras su escote mojado hizo olvidar por un momento la apuesta a Sebastián. "Bueno ¿Necesitan algo más?, entonces se los mostraré", decía con malicia Sebas al haber identificado como un emprendimiento económico del comercio popular se veía frustrado. Mientras tanto, inéxplicablemente Sebastián sintió como saltaba una mini avalancha de agua sobre su ropa (una peta había demostrado el poder de su velocidad y el apuro de su dueño por llegar a su destino). "Juajuajuajuajuy, está bien Sebastián, ya basta; lo que haces por ganar un pollo, toma mejor tu dinero y andá a comer", manifestaba así su alegría una de las amigas, para después despedirse de él con un beso en la mejilla. "Si, no es para que te enojes, pero por cierto, te quedan bien el color oscuro, cuídate guapo", se despedía la otra.
Sebastián ganó, pero a costa de si mismo, cosa que le puso a pensar, pues el quería mostrar como es la vida, pues muy cerca estaba un tipo con una tarima, que había invertido su capital en establecer un negocio innovador, un puesto parrillero para vender hamburguesas de llama, un gran emprendimiento frustrado por la lluvia. Al parecer había vendido muy pocas hamburguesas, pues en un mostrador se exponían mucha carne cocida, mientras al lado del emprendedor boliviano humeaba el carbón apagado por la lluvia en la parrilla. Sebastián entró de un sentimiento de vergüenza a uno de conciencia. Hace instantes pensaba burlarse de tal acto, ahora el antojo de pollo cambió, además la carne de llama tiene poca grasa y sabe muy bien. Él ahora deseaba ayudar en medida de sus posibilidades al frustrado emprendedor auquénido. "Dame dos hermano" le dijo al vendedor que miraba de manera rara al comprador del pantalón lleno de barro. Sebastián pagó y se fue a casa, la morada no quedaba muy lejos del centro de la ciudad. "Carajo, que feo es que se burlen de la desgracia ajena" pensó mientras recordaba como le había mirado el planificador-productor-distribuidor de aquellas hamburguesas de llama.
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