En fecha 7 de septiembre de 2011, mi querido amigo Jaime Nisttahuz me prestó "La letra e" de Augusto Monterroso, publicado por Editorial Alfaguara (para entonces yo ya había leído y releído el cuento del dinosaurio de Monterroso, lo mismo un cuento llamado "Movimiento perpetuo", pero más allá de eso nada). A la vez yo le presté "Desde la ciudad nerviosa" de Enrique Vila-Matas publicado también por Editorial Alfaguara.

 Momentos en que escribo esto me encuentro en la página 50, y de no ser porque me veo obligado a dormir para cumplir con tareas nímias habría continuado hasta terminar la lectura del libro.

 Los dejo con un texto que encontré en las páginas 46, 47 y 48 de este libro. Los dejo con una reflexión que bien puede servirle a mi querida amiga Jowii Loayza, quien por estos días deseaba saber porque unos cuentos gustan y otros no. Los dejo con el señor de los palíndromos. Los dejo con Monterroso.

Las buenas maneras
Un libro es una conversación. La conversación es un arte, un arte educado. Las conversaciones bien educadas evitan los monólogos muy largos, y por eso las novelas vienen a ser un abuso del trato con los demás. El novelista es así un ser mal educado que supone a sus interlocutores dispuestos a escucharlo durante días. Quiero entenderme. Que sea mal educado no quiere decir que no pueda ser encantador; no se trata de eso y estas líneas no pretenden ser parte de un manual de buenas maneras. Bien por la mala educación de Tolstoi, de Víctor Hugo. Pero, como quiera que sea, es cierto que hay algo más urbano en los cuentos y en los ensayos. En los cuentos uno tantea la buena disposición del interlocutor para escuchar una historia, un chisme, digamos, rápido y breve, que lo pueda conmover o divertir un instante, y en esto reside el encanto de Chejov; en los ensayos uno afirma algo que no tiene mayor cosa que ver con la vida del prójimo sino con ideas o temas más o menos abstractos pero (y aquí, querido Lord Chesterfield, volvemos a las buenas maneras) sin la menor intención de convencer al lector de que uno está en lo cierto, y en esto reside el encanto de Montaigne.

¿Qué ocurre cuando en un libro uno mezcla cuentos y ensayos? Puede suceder que a algunos críticos ese libro les parezca carente de unidad ya no sólo temática sino de género y que hasta señalen esto como un defecto. Marshall McLuhan les diría que piensan linealmente. Recuerdo que todavía hace pocos años, cuando algún escritor se disponía a publicar un libro de ensayos, de cuentos o de artículos, su gran preocupación era la unidad, o más bien la falta de unidad temática que pudiera criticársele a su libro (como si una conversación -un libro- tuviera que sostener durante horas el mismo tema, la misma forma o la misma intención), y entonces acudía a ese gran invento (sólo comparable en materia de alumbramientos al del fórceps) llamado prólogo, para tratar de convencer a sus posibles lectores de que él era bien portado y de que todo aquello que le ofrecía en doscientas cincuenta páginas, por muy diverso que pareciera, trataba en realidad un solo tema, el del espíritu o el de la materia, no importaba cual, pero, eso sí, un solo tema. En vez de imitar a la naturaleza, que siente el horror vacui, eran víctimas de un horror diversitatis que los llevaba invenciblemente por el camino de las verdades que hay que sostener, de las mentiras que hay que combatir y de las actitudes o los errores del mundo que hay que condenar, ni más ni menos que como en las malas conversaciones.

No debo pensar que todo esto se me ocurre a raíz de que en estos días comienza a circular en México un libro mío en el que reúno cuentos y ensayos.

(21 de enero)
Podría editar la introducción que se encuentra al principio de la presente. No voy a hacerlo, sería perder minutos valiosos de la compañía de este libro, en el que por cierto encontré además una lista de libros que revolucionaron la literatura en el siglo XX, lista que Monterroso hizo para la revista "Quimera". Los dejo con el texto que encontré en las páginas 60, 61, 62 y 63. Los dejo para no dejar al libro a medias.

Los grandes del siglo

Mi lista para Quimera resultó la siguiente, no recuerdo ahora si en el mismo orden en que la entregué, pero es probable que no:

Marcel Proust (En busca del tiempo perdido)
James Joyce (Ulises)
Franz Kafka (El proceso)
Gertrude Stein (La autobiografía de Alice B. Toklas)
Thomas Mann (La montaña mágica)
Luigi Pirandello (Seis personajes en busca de autor)
Pablo Neruda (Residencia(s) en la tierra)
Jorge Luis Borges (Ficciones)
Vladimir Mayakovski (Poesía)
Anton Chejov (Teatro)
Guillaume Apollinaire (Alcoholes)
André Breton (Manifiestos del Surrealismo)
T. S. Eliot (La tierra baldía)
Ezra Pound (Cantos)
George Bernard Shaw (Pigmalión)

¿Por qué sólo estos autores y estas obras y no otros? En primer lugar, como es obvio, porque el límite son quince. ¿Y en segundo y en tercero y en cuarto? He visto las respuestas de, por ejemplo, Rafael Humberto Moreno-Durán o Augusto Roa Bastos y, lo inevitable, hay coincidencias, pero a la vez ellos señalan nombres que a mí me sorprenden tanto como ellos se sorprenderán con algunos consignados por mí.

Días más tarde, conversando de esto en París con Jorge Enrique Adoum y otros amigos con quienes entramos en el juego quimérico, cada quien mencionaba autores tan diferentes (después de estar de acuerdo, por supuesto, en lo que se refiere a Pound, Joyce, Proust y Kafka) que no había más remedio que convencerse de que lo interesante (o el chiste, como decimos nosotros) de estas listas es, venturosamente, dar pie al desacuerdo y a la discusión. Pocos narradores o poetas recuerdan hoy día a Pirandello; pero cuando uno lo menciona no hay quien no diga ¡claro! De Thomas Mann otros prefieren el Doctor Fausto, y quizá yo también, pero La montaña mágica fue antes, y su tratamiento de la idea del tiempo y su defensa del humanismo surgieron en el primer cuarto del siglo como un deslumbramiento. Respecto a Chejov debo confesar que hice algo de trampa, pues apenas alcanza a pellizcar el siglo, pero su obra fue traducida ya bien entrado éste; ¿y qué escoger, sus cuentos o su teatro, y de éste sino todo, con sus intensos retratos de una sociedad desencantada al borde del gran cambio? Y hablando de cambios, no fue Gertrude Stein la que dio el enorme paso en el uso del lenguaje coloquial y en la liberación de la prosa como nadie se había atrevido a hacerlo antes? Es difícil, para los que lo hacen, negar todo lo que Neruda signifcó en el mundo de la poesía: un nuevo lenguaje, una nueva sensibilidad. Y sí; ¡está Vallejo!, dicen mis amigos, y es cierto, y uno quisiera ponerlo siempre a la cabeza de todos precisamente por su nuevo lenguaje y su nueva sensibilidad, pero, una vez más, no se trataba sólo de mis gustos sino de quién cambió las cosas en este siglo y puede ser que Vallejo las cambie, o las termine de cambiar en el próximo, como Borges, apoyado en Quevedo, en Schwob y en Chesterton, lo hizo a su modo con el ensayo, incluso en otros idiomas. Los pantalones con que Mayakovski vistió a su nube hicieron tanto, por su parte, como los alcoholes de Apollinaire. ¡Apollinaire! ¡Apollinaire! Parece que no hay objeción para incluir a Eliot, pero sí alguna por lo que se refiere a Breton, sobre todo si la política asoma por ahí su nariz, como la ha asomado a lo largo del siglo al oír el nombre de casi todos éstos. Y a propósito, de Bernard Shaw debí decidirme por Hombre y superhombre, pero a la hora buena me ganó el recuerdo del padre de Eliza Doolittle, quizá el personaje secundario más encantador de todo el teatro moderno.

Y así, uno tras otro, sin mucho pensarlo, cada uno de esos autores fue ocupando su lugar en mi lista, sin orden de estatura ni de edad ni de género, como niños buenos y bien portados, pero cada uno de ellos con el bolsillo cargado de tachuelas y petardos y hasta de dinamita con que hacer estallar diecinueve siglos anteriores de literatura y buenas costumbres.

(25 de febrero)

En fecha 22 de septiembre terminé la lectura del libro y con ello la selección de fragmentos de este intento de diario. Selección que deseo compartir con usted(es), contigo, ya que estamos en confianza.

El Caimán Barbudo. La Habana

Copio partes de un cuestionario (con mis respuestas) que me envía Víctor Rodríguez Núñez, de la revista cubana El Caimán Barbudo:

Pregunta. De ti he recibido testimonios encontrados. Mientras Norberto Fuentes afirma que eres un tipo peligroso, al que hay que acercarse «tomando todas las precauciones», José Luis Balcárcel sostiene que eres tímido, al punto de no sobrevivir a una lectura en público de tus cuentos.

Respuesta. Me gusta la idea de que Norberto Fuentes tenga razón y estoy seguro de que Balcárcel la tiene. P. Te propuse la anterior interrogante porque ahora quiero darte una noticia, que desearía me comentaras: eres uno de los narradores latinoamericanos de hoy más leído y admirado por los jóvenes escritores cubanos.

R. Es la mejor noticia que he oído en mucho tiempo, y me alegra de veras por venir de donde viene, pues cuando he estado allá en algún congreso y me he perdido en las calles de La Habana vieja, o lo que ha sido más frecuente, entre los demás congresistas, siempre he pensado que en algún periódico podría publicarse un aviso que dijera:

PERDIDO Y ENCONTRADO
Escritor desconocido extraviado.
Se gratificará a quien logre identificarlo.

P. ¿Compartes la fórmula faulkneriana de que un escritor, si es malo, hace novelas; si es bueno, cuentos, y si es muy bueno, poesía?

R. Sí.

P. Me gustaría que te refirieras a la literatura guatemalteca de hoy, y en especial a la obra de los más jóvenes escritores.

R. No conozco la obra de los más jóvenes; pero siempre los imagino escribiendo desde la persecución, o en la montaña, bajo las balas o bajo las estrellas, y los admiro.

(7 de abril)


Las almas en pena

Me presentaron a Hugo Gola hace cerca de siete años y desde entonces nos vemos una que otra vez; pero cuando esto sucede la poesía o la literatura se interponen entre nosotros, de tal manera que si alguna cosa, digamos las cuestiones políticas, quieren también asomarse a la conversación, son bienvenidas, aunque en este caso siempre terminen por referirse a meros intelectuales o teóricos; y así, el infaltable tema del exilio (ambos somos exiliados) tiene invariablemente que ver con el paraíso perdido (en verso blanco inglés) o con el infierno -a condición de que sea en tercetos-. Como consecuencia, hasta el día de hoy yo no conozco nada de su vida familiar ni él de la mía, y no sé si esto es bueno o malo, pero así es. Nuestros encuentros son breves, muy breves, y se efectúan en cualquier lugar y a cualquier hora. con cita previa o sin ella.

Casi de improviso llega esta tarde a casa. Antes de que tenga tiempo de poner sus papeles en alguna parte, o de sentarse, le pregunto abruptamente si sabe italiano, lo que en buena medida es probable dada su nacionalidad argentina. Sin esperar su respuesta, y con un libro abierto en la mano, le leo en voz alta:

«Apiádate «, yo le grité, « de mí,
ya seas sombra o seas hombre cierto!»,

pero pronto me doy cuenta de que no era eso lo que quería leerle. Le ruego por fin que se siente y que me espere un momento mientras busco algo en el libro, y ahora sí leo despacio y en voz alta:

«A Lucía llamar hizo a su lado
y le dijo: "Tu fiel te necesita
o lo recomiendo a tu cuidado".
Lucía, que al dolor sus armas quita,
fuese al lugar en el que yo me era,
junto a Raquel sentada, la israelita.»

-¿Es la traducción de Angel Crespo? -me pregunta Gola.

-Sí.

Entonces examinamos el original de Dante en la página par, Infierno, Canto segundo, verso 102: «Che mi sedea con l'antica Rachele», y nos convencemos de que lo más parecido que en ese verso y aledaños hay a «israelita» es «antica», pero como «antigua» no es consonante del «quita» de dos versos arriba, ¿qué mejor que este oportuno «israelita»?

Esto nos lleva al asunto de otras traducciones en verso de la Divina Comedia. Hugo recuerda la de alguien -cuyo nombre no retuve- en endecasílabos no aconsonantados y por tanto mucho más fiel, menos alegre; y yo la vieja del español Juan González de la Pezuela, Conde de Gheste, pero sobre todo la del general y presidente de la República Argentina, Bartolomé Mitre (1841-1906), del que Raimundo Lida nos contaba aquí en México hace años, en el café «Triana, que en Buenos Aires los niños de la escuela oyen el nombre y lo escriben como Bartolo Memitre; y de otros que, quizá más imaginativos, entienden el primer verso de la Egloga Primera de Garcilaso de la Vega

El dulce lamentar de dos pastores
como
El dulce lamen tarde dos pastores.

En ese momento pienso que algún día debo enviar todo esto a Darío Lancini, el gran palindromista venezolano autor no sólo de Oír a Darío (hablando de lo mismo, Jaime García Terrés me adelantó la otra tarde que en una próxima Gaceta del Fondo vienen palindromas suyos (de Jaime) y comentamos de paso el libro reciente, Palindromía, del veterano en esta manía, Miguel González Avelar, con sus hallazgos, su obra de teatro en palindromas y su acucioso prólogo en que denodadamente trata de establecer las leyes que rigen -no en balde Miguel es presidente de la Gran Comisión del Senado- estos viajes de ida y vuelta de las palabras, con algunos atajos y hasta con callejones sin salida, como sucede, no faltaba más, con cualquier ley), autor no sólo de Oír a Darío, sino asimismo de unos Textos bifrontes («que comparados textualmente tienen diferente grafía pero igual masa fonética», señala Jesús Sonaja Hernández) de que anoto dos pequeñas muestras:

Entrever desaires
Entre verdes aires
El Hacedor mira un ave sin alas timada
Él hace dormir a una vecina lastimada.

Vuelvo al general y presidente de la República Argentina, Bartolomé Mitre, y le recito a Gola de memoria, como muestra ripiosa:
Papé Satán, papé Satán alepe,
grita Pluto con voz estropajosa,
y el grande sabio, sin que en voz discrepe,
me conforta diciendo: no medrosa
tu alma se turbe, porque no le es dado
impedir que desciendas a esta fosa

(Infierno, Canto séptimo, versos 1-6), en donde, por la fuerza del consonante, Virgilio, el más dulce de los poetas, como decían antes, resulta hablando con voz estropajosa, casi en la misma forma en que con Crespo la antigua Raquel, símbolo de la vida contemplativa, se vuelve una mujer con su buena nacionalidad israelita, y uno puede imaginarla contemplando algo en su kibutz.

Como en ese momento yo tenía que salir, ya no hallé la oportunidad de aclararle a Gola que cuando llegó minutos antes y le pregunté si sabía italiano yo había estado, desde hacía un buen rato, comparando el verso de Dante «Ya seas sombra o seas hombre cierto» (qual che tu sei, od ombra od omo certo) con la inmortal imprecación que el gran don Ramón del Valle Inclán le lanzó cierta tétrica media noche a unas sombras, cerca de un cementerio:

¿Sois almas en pena o sois hijos de puta?,

que viene a ser, ahora lo descubro, el mismo verso de Dante traducido en prosa por quien mejor sabía.

(28 de abril)


Mi mundo

Leo el libro de José Ferrater Mora El mundo del escritor con la vaga o secreta esperanza de descubrir el mío, o con el deseo de ver si el mío encaja en alguno de sus esquemas. «Los escritores aquí elegidos a guisa de ejmplos, dice, y se trata de Valle-Inclán, Azorín, Baroja y Calderón, «tienen un mundo en el más amplio y alto sentido, y es un mundo muy coherente, esto es, uno en donde cada elemento y forma de discurso está al servicio de una estructura unificada».

Me pregunto: ¿Mi mundo estará al servicio de una estructura unificada?

Dice- «El mundo de un escritor puede significar tres cosas- el mundo en el cual un escritor vive; el mundo que vive; y el mundo que su obra presenta». Y más adelante: «El mundo titulado "rea" puede ser considerado como un mundo 'exterior', en el cual los seres humanos -aunque son una parte de este mundo- se topan y en el cual viven».

Bien. De ese mundo, de la realidad externa, me ha interesado siempre y sobre todo, ahora lo advierto, la literatura, la vida a través de la literatura, y dentro de ésta, el escritor, los escritores, sus vidas muchas veces más que sus mismas obras; sus problemas como espejo de los míos; es decir, el mundo, que es una ilusión, visto a través de una ilusión de segundo grado, y a veces hasta de tercero y cuarto, como cuando leemos a un escritor que comenta a otro, y éste a otro, y así hasta el infinito.

Existen los que dicen no haber vivido sino la vida de los libros. Yo no: he vivido, odiado y amado, gozade y sufrido por mí mismo; y he sido y mi vida ha sido eso; pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que siempre lo he hecho como si todo -incluso en las ocasiones de mayor sufrimiento y en el momento mismo de ocurrir- fuera el material de un cuento, de una frase o de una linea. Ignoro si esto es bueno o malo, si me gusta o no.

(13 de octubre)


La pregunta de «Caravelle»

Recibo de Jean Andreu un ejemplar de Caravelle (Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Brésilien) No. 42, 1984, que publica la Universidad de Toulouse, Francia, con respuestas a su encuesta Littérature et Societé en Amérique Latine, entre las cuales las de varios escritores amigos, de México y otros países hispanoamericanos.

La pregunta: «El escritor implica a un lector, cualesquiera que sean la dimensión de éste y la motivación de aquél. Más allá de lo específicamente literario, el lugar de la escritura y de la lectura se inserta en un contorno (¿extra-literario?) que determina de alguna manera este doble quehacer. Cuando usted escribe, ¿en qué medida influyen o no, gravitan o no en su obra las circunstancias sociales, culturales y políticas en las que usted vive y las que atribuye al público potencial al que usted se dirige?»

Mi respuesta:

Desde luego, el medio y la época en que me formé (adolescencia), la Guatemala de los últimos treinta y los primeros cuarenta, del dictador Jorge Ubico y sus catorce años de despotismo no ilustrado, y de la segunda Guerra Mundial, contribuyeron sin duda a que actualmente piense como pienso y responda al momento presente en la forma en que lo hago. Hoy vivo exiliado en México y mi circunstancia es distinta; pero mi formación fue ésa, y mis reacciones como individuo siguen siendo las de una profunda preocupación por la suerte de mi pueblo y mi país.

Por otra parte, cuando las condiciones políticas de Guatemala han empeorado (con la única y tenaz esperanza en el triunfo final de la lucha popular armada), mi preocupación por la literatura es también muy firme. Y es aquí donde creo que mi escritura se basa fundamentalmente en los problemas del hombre como tal, del hombre de cualquier época y de cualquier latitud; más restringidamente, en los problemas de la literatura en sí, como arte universal.

De esta manera, cuando escribo me considero producto de estas dos vertientes: el acontecer político, y la aguda conciencia de que soy heredero de dos mil quinientos años de literatura occidental y, atávicamente, de otros tantos de nuestras culturas autóctonas. A veces, esta misma conciencia me intimida y me impide escribir, pero cuando logro hacerlo procuro no ser indigno de esta carga y de esta riqueza.


Puntos de mira

No me gusta trabajar; pero cuando lo hago me agrada hacerlo como los pintores. Se paran ante su tela, la miran, la miden, calculan; luego hacen unos trazos con lápiz, se asustan (creo yo) y se van a la calle o leen (son grandes lectores) y vuelven, y desde la puerta ven «aquello», a lo que se acercan, ahora con unos pinceles y una mesita en la que han puesto muchos colores, o pocos, según; rojo, azul, verde, añil, blanco, violeta; piensan, titubean, miran su tela, se acercan a ella y ponen un color aquí y otro allá; se detienen, se hacen a un lado y miran, vacilan, piensan, y leen o se van a la calle, hasta otro rato.


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