Cuando entramos a su cuarto ella anunció que me iba a dar un beso. Entonces yo la miré a los ojos y cuando, al cabo de un tiempo, largo o corto no lo sé, pude encontrar el norte y el caminito en el mar y el monte de sus ojos, supe que lo que tenía que hacer, antes de que ella me diera el beso, era decirle puras palabras bonitas. Y fui y me senté en un rincón de su cuarto, lo más lejos que pudiera de ella, y allí me pues a hacer memoria para juntar las palabras necesarias como para ir empezando, las que nos enseñaba el profesor Torres en primaria. Y comencé: comencé a decirle Unicornio, salvavidas, pasto seco, valle mundo, penitencia, me dicina, tren nocturno, mediodía, Nevada Smith, páramo, tránsito, tierra de desolación, niños que ven al hombre que camina y le gritan caminante, chotacabra, ojos que no ven corazón que no siente, luna, racimo de lunas, rayito de luna, selva dormida, dolores y males sin nombre, reliquia de un mundo olvidado, condición de melancolía, oscuro y clarito, héroes sin gloria, kilómetros de distancia, abandono, voluntad, ciruelo, río Madeleine, Lady Madeleine, siempreviva, máquina del tiempo, papalote, sombra, cría cuervos y te sacarán los ojos, memoria perdida, hacedor de estrellas, capitán sin barco, entierro prematuro, pradera y alborada y fuga de cadenas, lluvia, destierro, inquilino nuevo, epílogo, Ícaro, globo, destinito, bruja, madrugada, dormidera, comilona, torre de marfil, masoquismo y frescura. Luego todo me fue saliendo facilito y fui haciéndole historias cuando las palabras en sí no contaban ya una historia. Le hablé de paraísos artificiales y lují y lujá, del color de su pelo, de dos de mis dedos tocando su pelo, de que me gustaría coger y chuparle el pelo, de la casa de la colina, de familias enteras destruidas por una casa, de la primera vez que Irma la dulce me llevó al campo, al cine, al mundo, me besó en la cara y me quitó sus besos, de la Historia Patria, de una vez que ganó América y la gente del Deportivo Cali alquiló policía para que echara bala, del Ventanal de la bella Abigail Smith, de la luz que entra a mi casa, del beso que ella me daría cuando yo acabara de contarle todo esto, te creo tan infalible, no me lleves a la ruina, ni que fueras mi alegría. Y cuando me cansé de hablar tanto me quedé allí sentado, vuelto una picha.
            Entonces fue cuando vine a saber que el exceso de charla también produce angustia.

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