EPISTOLOGRAFÍA Y DOLOR DE ESTOMAGO

Escapó unos momentos de las manos de lord Chester y de sus hipnóticas ideas acerca de la mónada de Leibnitz, y se refugió en el despacho, en cuyas paredes Roinney y Reynolds demostraban una vez más al mundo que habían pintado como nadie y que en su tiempo habían existido inglesas bellísimas.

Zamb fue de un lado a otro, nervioso y sin objeto. Por fin se sentó ante una mesa enorme, perdido entre las prolijas tallas de la madera, y escribió en una hojita de papel:





Sylvi: No puedo resistir más.
Noto que cada vez tu alejamiento es
mayor y cada día me entero de que
existen nuevos hombres sobre la
Tierra que te han tenido en los
brazos. Me voy. Que seas feliz,
Adiós.
ZAMB.





Releyó la carta, dudó, la rompió y se tragó los pedazos como había hecho con el telegrama de Flagg en Rotterdam.

Y cogió otra hojita de papel y garrapateó:





Esta situación es insostenible.
No valgo para ser sólo un capricho
en la vida de una caprichosa eterna.
Ahí te quedas.
Z.






Pero como tampoco le gustó, la rompió de igual suerte y se la comió también. Succionó la pluma un rato; luego, escribió de nuevo:





¡No me tortures más! ¡Sé buena conmigo!
¡Te quiero tanto!... Sylvia... ¿no has
de volver a hacer dichoso a tu
ZAMB?





Todavía no había acabado de firmar, cuando redujo el papel a una bolita y se tragó la bolita con un gesto de mal humor.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Al amanecer, Zambombo había logrado dos cosas: un fortísimo dolor de estómago, producido por la deglución de setenta y ocho cartas diferentes y una última carta que decía así:





Después de todas las humillaciones sufridas
y después de nuevas cosas terribles que he
sabido de tu pasado en Londres, si no vuelves
a mí, tierna, fiel y enamorada, como yo te
deseo, me mataré.
Z.





Y salió del despacho.

La fiesta había concluido hacía horas y el palacio callaba en un total recogimiento.

Cruzó pasillos, salones y galerías, y se detuvo ante el dormitorio de Sylvia. Echó la carta por debajo de la puerta y se fue a acostar, igual que otro hombre cualquiera que tuviese sueño.

A mediodía le despertó un criado que se llamaba Oliverio (como Cromwell) y que tenía cara de asesino (como Cromwell, también).

-¡Señor!... Esta carta es para el señor.

Era la respuesta de Sylvia; sólo contenía cuatro palabras:





Pues bien: mátate.
SILVIA.





-¡Mátate tú! -gruñó Zambombo después de leer.

-¿Cómo dice el señor? -indagó el criado, que estaba de pie al borde del
lecho.

-Que me afeites. Voy a levantarme.

1 comentario:

  1. Delicioso escritor, a través de su agudo humor revela una inteligencia generosa con el lector. Gracias por citarlo.

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