1
Tras
la muerte de su padre, no tenía Yentl motivo alguno para permanecer en Yanev.
Se hallaba completamente sola en la casa. A decir verdad, los inquilinos
estaban deseosos de volver y pagar el alquiler, y los agentes matrimoniales se
agolpaban ante su puerta con propuestas llegadas de Lublin, Tomashev y Zamosc.
Pero Yentl no quería casarse. Una voz interior le repetía incesantemente: “¡No!”
¿Qué le sucede a una chica después de la boda? Comienzan todos sus males y la
suegra se convierte en su dueña y señora.
Yentl
admitía que la vida de mujer no era para ella. No sabía coser ni tejer. Se le
quemaba la comida y dejaba que la leche se le derramara al hervir; el budín del
sábado nunca le salía bien, y no lograba que la masa del challah se le esponjara. Yentl prefería mil veces las actividades
masculinas a las femeninas. Su padre, Reb Todros, que en paz descanse, durante
los muchos años que estuvo postrado en el lecho había estudiado la
Torá con
su hija como si de un hijo se tratara. Le pedía a Yentl que cerrara con llave
las puertas y corriera las cortinas, para luego concentrarse ambos en e estudio
del Pentateuco, la Mishnah,
la Gemará y los Comentarios.
Resultó ser tan buena alumna que su padre solía decirle:
-Yentl,
tú tienes alma de hombre.
-Entonces,
¿por qué nací mujer?
-Porque
incluso el cielo se equivoca.
No
cabía la menor duda. Yentl era distinta de todas las demás chicas de Yanev: alta,
delgada, huesuda, tenía pechos pequeños y era estrecha de caderas. Los sábados
por la tarde, mientras su padre dormía, ella solía ponerse sus pantalones,
su camisa ribeteada, su chaqueta de seda, su casquete y su sombrero de
terciopelo, y se sentaba a contemplar su propia imagen en el espejo. Parecía un
apuesto joven moreno. Y por si esto fuera poco, un bozo muy fino le asomaba
sobre el labio superior. Sólo sus gruesas trenzas delataban su condición de
mujer, pero el cabello se podía eliminar perfectamente.
Yentl
concibió entonces un plan que acaparó sus pensamientos noche y día. No: ella no
había nacido para amasar la pasta, preparar budines, charlar con mujeres tontas
o pelearse por la tanda frente al tajo del carnicero. ¡Su padre le había
contado tantas historias de yeshivas,
rabinos y hombres de letras! Tenía el cerebro repleto de discusiones
talmúdicas, preguntas, respuestas y frases eruditas. Y había llegado a fumar a
escondidas la larga pipa de su padre.
Un
día anunció Yentl a los gestores que quería vender la casa e irse a vivir a
Kalish con una tía. Las vecinas trataron de disuadirla de su empeño y los
agentes matrimoniales dijeron que estaba loca, que tenía más posibilidades de
encontrar un buen partido allí mismo, en Yanev. Pero Yentl era obstinada. Fue
tal su ímpetu que vendió la casa al primer postor y malbarató los muebles por
nada. Todo cuanto percibió de su herencia fueron ciento cuarenta rublos. Y
entonces, una noche del mes de Av, mientras Yanev dormía, Yentl se cortó las
trenzas, se dejó caer tirabuzones de las sienes y se puso la ropa de su
padre. Cuando hubo metido la ropa interior, las filacterias y algunos libros en
una maleta de paja, echó a caminar rumbo a Lublin.
Ya
en la carretera, consiguió que un coche la llevara hasta Zamosc, de donde
prosiguió su marcha a pie. Se detuvo en una posada del camino y se presentó
como Anshel, nombre de un tío suyo, ya fallecido. La posada estaba llena de
muchachos que viajaban para estudiar con los rabinos más famosos. Se hallaban
enfrascados en una discusión sobre los méritos de las diferentes yeshivas. Algunos alababan las de
Lituania y otros sostenían que en Polonia los estudios eran más intensivos y la
alimentación mejor. Era la primera vez que Yentl se encontraba sola entre
muchachos. ¡Qué distinta le pareció su conversación a la cháchara de las
mujeres!; pero era demasiado tímida para unirse a ellos. Un joven hablaba de un
posible matrimonio y la cuantía de la dote, mientras otro, parodiando a un
rabino en el Purim, declamaba un pasaje de la
Torá añadiendo
toda clase de interpretaciones obscenas. Poco después decidieron hacer pruebas
de fuerza. Uno logró abrir el apretado puño de su compañero, y otro le bajó el
brazo a su compinche. Un estudiante que merendaba pan con té, removía su taza
con una navaja a falta de cuchara. Fue entonces cuando uno de ellos se acercó hasta
Yentl y le dio una palmadita en el hombro:
-¿Por
qué tan callado? ¿Acaso no tienes lengua?
-No
tengo nada que decir.
-¿Cómo
te llamas?
-Anshel.
-Sí
que eres tímido: pareces una violeta a la vera del camino.
El
muchacho le dio un pellizco en la nariz. Yentl hubiera querido responderle con
un golpe, pero su brazo se negó a moverse. Empalideció. De pronto otro
estudiante, ligeramente mayor que los demás, acudió en su defensa. Era alto y
muy blanco, tenía barba negra y unos ojos ardientes.
-Oye,
¿por qué le tienes manía?
-No
mires si no te gusta.
-¿Quieres
que te arranque los tirabuzones?
El
joven barbudo la llamó a un lado y le preguntó de dónde venía y adónde iba.
Yentl le dijo quequería ir a una yeshiva,
pero que fuera tranquila. El joven se mesó la barba.
-Si
es así, ven conmigo a Bechev.
Le
dijo que era el cuarto año consecutivo que volvía a Bechev. La yeshiva era pequeña, y los estudiantes
-treinta en total- se alojaban en las casas del pueblo. La comida era abundante
y las amas de casa se encargaban de zurcirles los calcetines y lavarles la
ropa. El rabino de Bechev,director de la yeshiva,
era un genio. Podía plantear diez preguntas y responder a todas con una sola demostración.
Tarde o temprano, la mayoría de los estudiantes conseguía esposa en el pueblo.
-¿Por
qué te marchaste a mitad de curso? -le preguntó Yentl.
-Mi
madre murió. Y ahora estoy de regreso.
-¿Cómo
te llamas?
-Avigdor.
-¿Por
qué no te has casado aún?
El
joven se rascó la barba.
-Es
una larga historia.
-Cuéntamela.
Avigdor
se cubrió los ojos y meditó un momento.
-¿Vendrás
a Bechev?
-Sí.
-Pues
entonces no tardarás en enterarte. Yo estaba comprometido con la hija única de
Alter Vishkower, el hombre más rico del pueblo. Había fijado incluso la
fecha de la boda, cuando un buen día me devolvieron el contrato matrimonial.
-¿Qué
sucedió?
-No
lo sé. Seguramente las malas lenguas se encargaron de propagar habladurías.
Hubiera podido reclamar la mitad de la dote, pero no sirvo para esas cosas.
Ahora están intentando embarcarme en otro compromiso, pero la chica no me
gusta.
-Y
en Bechev, ¿los chicos de la yeshiva
miran a las mujeres?
-En
casa de Alter, donde yo comía una vez por semana, Hadass, su hija, servía
siempre la comida...
-¿Es
guapa?
-Es
rubia.
-Las
morenas también pueden ser atractivas.
-No.
Yentl
miró a Avigdor fijamente. Era delgado, huesudo, y tenía las mejillas hundidas.
Sus rizadas patillas parecían azules de tan negras, y las cejas se le
juntaban en el entrecejo. La miró fríamente, con el esquivo arrepentimiento de
quien acaba de revelar un secreto. Tenía la solapa rasgada, como es costumbre
entre quienes guardan luto, y el forro de su gabardina quedaba visible.
Tamborileó nerviosamente sobre la mesa y silbó una melodía. Detrás de aquella
frente amplia y surcada de arrugas parecían galopar los pensamientos. De pronto
dijo:
-Bueno,
qué más da: me convertiré en un eremita y basta.
2
Por
extraño que parezca, en cuanto Yentl -o Anshel- llegó a Bechev, se le asignó
una pensión de un día a la semana en casa de Alter Vishkower, el mismo hombre
acaudalado cuya hija había roto su compromiso con Avigdor. Los alumnos de la yeshiva estudiaban por parejas, y
Avigdor eligió a Anshel como compañero. La ayudaba con los cursos. Era también
un experto nadador y se ofreció a enseñarle el estilo braza y a patalear en el
agua, pero ella siempre encontraba excusas para no bajar al río. Avigdor le
sugirió que compartieran el alojamiento, pero Anshel encontró un lugar donde
dormir en casa de una viuda entrada en años y medio ciega. Los martes comía en
casa de Alter Vishkower y Hadass lo atendía. Avigdor solía hacerle muchas
preguntas: “¿Qué aspecto tiene Hadass? ¿Se ve triste? ¿Está alegre? ¿Están
tratando de casarla? ¿No menciona mi nombre por casualidad?” Y Anshel le
informaba que Hadass volcaba la comida sobre el mantel, se olvidaba de traer la
sal y metía los dedos en el plato de sémola al llevarlo a la mesa. Se pasaba el
día dándole órdenes a la sirvienta, se hallaba absorta leyendo cuentos a todas
horas y cambiaba de peinado cada semana. Además, debía creerse muy bella
porque no dejaba de mirarse al espejo, aunque en realidad no era tan atractiva.
-A
los dos años de casada -le dijo Anshel un día- estará hecha un cascajo.
-¿Quieres
decir que no te gusta?
-No
especialmente.
-Pero
¿serías capaz de desairarla si ella te deseara?
-Podría prescindir de ella.
-¿No
tienes impulsos perversos?
Los
dos amigos, que compartían el mismo atril en un rincón de la casa de estudios,
pasaban más tiempo conversando que estudiando. Cuando Avigdor se ponía a fumar,
Anshel le quitaba el cigarrillo de los labios para dar una bocanada. Como a
Avigdor le gustaban los panecillos de alforfón, Anshel se detenía cada mañana
en la panadería a comprarle uno y no dejaba que él se lo pagara. A veces
hacía cosas que sorprendían muchísimo a Avigdor. Si a éste se le caía algún
botón de la chaqueta, Anshel se presentaba al otro día en la yeshiva con hilo y aguja para coserlo. Y
encima le compraba toda clase de regalos: un pañuelo de seda, un par de
calcetines, una bufanda. Avigdor le iba cogiendo más y más cariño a este
chiquillo cinco años menor que él, cuya barba ni había empezado a despuntar. En
una ocasión dijo a Anshel:
-Quiero
que te cases con Hadass.
-¿Qué
ganarías tú con eso?
-Prefiero
que seas tú y no un desconocido.
-Te
convertirías en mi enemigo.
-Jamás.
A
Avigdor le gustaba dar largas caminatas por la ciudad y Anshel solía
acompañarlo. Absortos en la conversación, solían llegar hasta el molino de
agua, el bosque de pinos o la encrucijada donde se alzaba el santuario cristiano.
A veces se tendrían en la yerba.
-¿Por
qué no podrá una mujer ser igual a un hombre? -preguntó Avigdor en una ocasión,
alzándola mirada al cielo.
-¿En
qué sentido?
-¿Por
qué Hadass no podría ser como tú?
-¿Cómo
soy yo?
-Pues,
un buen tipo.
Anshel
se puso a retozar. Cortó una flor y le arrancó los pétalos uno a uno. Luego
recogió una castaña y se la tiró a Avigdor en plena cara. Este observó una
mariquita que avanzaba por la palma de su mano, al cabo de un momento dijo:
-Están
intentando casarme.
Anshel
se incorporó en el acto.
-¿Con
quién?
-Con
Peshe, la hija de Feitl.
-¿La
viuda?
-Esa
misma.
-¿Por
qué habrías de casarte con una viuda?
-No
le intereso a nadie más.
-No
es cierto. Ya aparecerá alguien que te convenga.
-Nunca.
Anshel
dijo a Avigdor que Peshe no era un buen partido. No tenía belleza ni
inteligencia, era sólo una vaca con dos ojos. Además, podría ser de mal agüero;
su marido murió durante el primer año de matrimonio. Era el tipo de mujer que
matan a sus esposos. Pero Avigdor no respondió. Encendió un cigarrillo, aspiró
una larga bocanada y empezó a echar roscas de humo. La cara se le había puesto verde.
-Necesito
una mujer. No puedo dormir de noche.
Anshel
se estremeció.
-¿Por
qué no esperas hasta que aparezca la más adecuada?
-Me
habían destinado a Hadass.
A
Avigdor se le humedecieron los ojos y se puso en pie de un salto.
-Basta
de remolonear. Vámonos.
A
partir de ahí todo ocurrió rápidamente. A los dos días de haberle confiado a
Anshel su problema, Avigdor se comprometió con Peshe y llevó tarta de miel
y coñac a la yeshiva. Se fijó una
fecha bastante próxima para la boda. Cuando la futura esposa es viuda, no hay
necesidad de preparar el ajuar: lo tiene todo. Por su parte, el novio era
huérfano y no tenía que solicitar la aprobación de nadie. Los estudiantes de la
yeshiva bebieron el coñac y le dieron
su enhorabuena. Anshel también bebió un sorbito, pero no tardó en sofocarse.
-¡Ay!
¡Cómo quema!
-¿Acaso
no eres todo un hombre? -bromeó Avigdor.
Después
de la celebración, Avigdor y Anshel se sentaron con un volumen de la Gemará,
peroa penas avanzaron y su conversación fue igualmente lenta. Avigdor se
balanceaba de un lado a otro, se mesaba la barba y murmuraba entre dientes:
-Estoy
perdido -dijo de improviso.
-Si
ella no te gusta, ¿por qué te casas?
-Me
casaría hasta con una cabra.
Al
día siguiente, Avigdor no apareció por la casa de estudios. Feitl, el
comerciante en pieles, pertenecía a los hasidim y quería que su futuro
yerno prosiguiera sus estudios en la sinagoga hasídica. Los estudiantes de la yeshiva comentaban que, aunque la viuda
fuese baja y redonda como un barrilo, su madre, hija de un lechero, y su padre
medio analfabeto, era innegable que la familia entera nadaba en la opulencia.
Feitl era copropietario de una curtiduría y Peshe había invertido su dote en
una tienda que vendía arenques, brea, cacharros y sartenes, y siempre estaba
llena de campesinos. Padre e hija estaban equipando a Avigdor, para el que
habían encargado un abrigo de piel, otro de paño, un kapote de seda y dos pares de botas. Aparte de eso, ya había
recibido, como regalos, las pertenencias del primer marido de Peshe: la edición
de Vilna del Talmud, un
reloj pulsera de oro, un candelabro de la Janukah
y un especiero.
Anshel
se sentó solo frente al atril. El martes, cuando se presentó a cenar en casa de
Alter Vishkower, Hadass le comentó:
-¿Qué
me dices de tu amigo? Está de nuevo en Jauja, ¿verdad?
-¿Qué
esperabas? ¿Que nadie más le hiciera caso?
Hadass
se sonrojó.
-No
fue culpa mía. Mi padre se opuso.
-¿Por
qué?
-Porque
descubrieron que un hermano suyo se había ahorcado.
Anshel
la miró. Estaba allí de pie, alta, rubia, con su cuello esbelto, sus mejillas
hundidas y sus ojos azules. Llevaba un vestido de algodón y un delantal de
calicó. Su cabello, recogido en un par de trenzas caía sobre su espalda. “Lástima
no ser hombre”, pensó Anshel.
-¿Y
ahora lo lamentas? -preguntó Anshel.
-¡Y
cómo!
Hadass
huyó de la habitación. El resto de la comida -carne, budín relleno y té-, se lo
trajo la sirvienta. Hadass reapareció cuando Anshel ya había acabado de comer y
estaba lavándose las manos para las bendiciones finales. Se acercó a la mesa y
dijo con voz sofocada:
-Júrame
que no le dirás nada. No tiene por qué saber qué ocurre en mi corazón...
Salió
corriendo nuevamente y por poco se tropieza contra el marco de la puerta.
3
El
director de la yeshiva pidió a
Anshel que eligiera otro compañero de estudios, pero transcurrieron varias
semanas y Anshel seguía estudiando sola. No había nadie en la yeshiva capaz de ocupar el puesto de
Avigdor. Todos los demás eran pequeños en cuerpo y alma. Decían necedades,
fanfarroneaban por cualquier tontería, se reían como idiotas y se comportaban
como pobres diablos. Sin Avigdor, la casa de estudios parecía vacía.
Anshel pasaba la noche en su tarima, en casa de la viuda, y no podía conciliar
el sueño. Despojada de su gabardina y de los pantalones, se transformaba
nuevamente en Yentl, una muchacha casadera enamorada de un joven que estaba comprometido
con otra. “Quizá debí haberle dicho la verdad”, pensó Anshel. Pero era
demasiado tarde para hacerlo. No podía ser de nuevo una muchacha y prescindir
de los libros y la casa de estudios. Se hallaba así echada aquella noche, con
la cabeza llena de ideas extravagantes que estuvieron a punto de enloquecerla.
Se quedó dormida y momentos después se despertó sobresaltada. En su sueño se
había visto como mujer y hombre a la vez, vestida con ropa de ambos sexos: un
corpiño y una camisa bordada. Se le había retrasado la regla y de pronto sintió
miedo... Quién sabe... En el Medrash
Talpioth había leído sobre una mujer que concibió con sólo desear a un
hombre. Y entonces compredió por qué la
Torá prohibía usar ropas del sexo opuesto.
Al hacerlo no engañamos sólo al prójimo, sino a nosotros mismos. Hasta el alma
se ofusca al verse encarnada en un cuerpoextraño.
De
noche, Anshel permanecía despierta, y de día apenas podía mantener los ojos
abiertos. En las casas a las que iba a comer, las mujeres se quejaban de que el
chico no probaba bocado. El rabino observó que Anshel no prestaba atención a
las clases y miraba por la ventana, absorto en sus pensamientos. Al
siguiente martes se presentó Anshel en casa de Vishkower a cenar. Hadass le sirvió
un plato de sopa y esperó, pero Anshel estaba tan confundida que ni siquiera le
dio las gracias. Estiró la mano para coger una cuchara, pero se le resbaló.
Hadass aventuró un comentario:
-He
sabido que Avigdor te ha dejado.
Anshel
despertó de su letargo.
-¿Qué
quieres decir?
-Ya
no es tu compañero.
-Se
ha marchado de la yeshiva.
-¿No
lo ves nunca?
-Parece
que se esconde.
-¿Irás
a la boda al menos?
Anshel
permaneció un instante en silencio como si no hubiera entendido bien la
pregunta. Luego dijo:
-Es
un perfecto idiota.
-¿Por
qué lo dices?
-Tú
eres preciosa, pero la otra parece un mono.
Hadass
se puso de mil colores.
-Todo
fue culpa de mi padre.
-No
te preocupes. Ya encontrarás a alguien que te merezca.
-Yo
no quiero a nadie.
-Pero
a ti todos te quieren...
Se
produjo un largo silencio. Los ojos de Hadass se agrandaron, inundándose con la
tristeza de quien sabe que el consuelo no existe.
-Se
te enfría la sopa.
-Yo
también te quiero.
Anshel
se sorprendió de sus propias palabras. Hadass volvió la cabeza y la miró
fijamente:
-¿Qué
dices?
-Es
verdad.
-Alguien
puede estar oyendo.
-No
tengo miedo.
-Toma
tu sopa. Traeré el budín de carne ahora mismo.
Y
Hadass se volvió, haciendo sonar sus tacones altos al alejarse. Anshel se
dedicó a buscar judías en la sopa. Pescó una, pero se le cayó. Había perdido el
apetito; tenía la garganta cerrada. Sabía que se estaba enredando en una acción
perversa, pero una extraña fuerza la impulsaba a seguir. Hadassre apareció
trayendo una fuente con dos budines rellenos de carne.
-¿Por
qué no comes?
-Estoy
pensando en ti.
-¿Y
qué piensas?
-Quiero
casarme contigo.
A
Hadass se le hizo un nudo en la garganta.
-Es
con mi padre con quien debes tratar esos asuntos.
-Lo
sé.
-Lo
que se acostumbra es enviar a un casamentero.
Y
se escabulló de la habitación, dando un portazo. Anshel se rió para sus
adentros y pensó: “Con las chicas puedo jugar a mi antojo.” Echó sal y luego
pimienta en la sopa. Estaba aturdida. “¿Qué he hecho? Debo estar perdiendo el
juicio. No hay otra explicación...”
Se
obligó a comer, pero no podía probar bocado. Sólo entonces recordó que Avigdor
había querido casarla con Hadass. En medio de su turbación, concibió un plan:
se desquitaría en nombre de Avigdor y al mismo tiempo lo acercaría a ella a
través de Hadass. Esta era virgen: ¿qué podía saber de los hombres? A una chica
como ella se le podía engañar por un buen tiempo. A decir verdad, Anshel
también era virgen pero la
Gemará y
las conversaciones masculinas la habían ilustrado ampliamente sobre el tema.
Sintió miedo y alborozo al mismo tiempo, como alguien que está a punto de
engañar a toda una comunidad. Se acordó del dicho: “Las multitudes son
necias.”Se puso de pie y dijo en voz alta: “Ha llegado la hora de que haga
algo.”
Aquella
noche Anshel no pegó ojo. A cada momento se levantaba a tomar agua. Tenía la
garganta reseca y la frente le ardía. Su cerebro trabajaba febrilmente por
voluntad propia: se estaba librando una batalla en su interior. Le latía el
estómago y las rodillas le dolían. Tenía la sensación de haber hecho un
pacto con Satanás, ese genio maligno que se burla de los hombres poniéndoles
trampas y obstáculos en el camino. Cuando se quedó dormida, ya había amanecido.
Se
despertó más rendida que antes, pero no podía seguir durmiendo en la tarima de
la viuda. Hizo un esfuerzo para incorporarse y, cogiendo la bolsa con sus
filacterias, partió hacia la casa de estudios. En el camino se encontró nada
menos que con el padre de Hadass. Anshel le dio los buenos días
cordialmente, y recibió a su vez un saludo amistoso. Reb Alter se mesó la barba
y le buscó conversación:
-Mi
hija Hadass debe estar alimentándote con cáscaras. Se te ve desfallecido.
-Su
hija es una muchacha estupenda y muy generosa.
-Entonces,
¿por qué estás tan pálido?
Anshel
permaneció un minuto en silencio.
-Reb
Alter, hay algo que debo decirle.
-Pues
venga. Dilo.
-Reb
Alter, me gusta su hija.
Alter
Vishkower hizo un alto
.-¡Vaya!
Creía que los estudiantes de la yeshiva
no hablaban de estas cosas.
Sus
ojos denotaban gran hilaridad.
-Pues
es la pura verdad.
-Estas
cosas no se discuten personalmente con el interesado.
-Pero
yo soy huérfano.
-Bien...,
en ese caso lo que se acostumbra es enviar un agente matrimonial.
-Sí...
-¿Qué
ves en ella?
-Es
hermosa... noble... inteligente...
-Vamos
a ver... Ven acá, cuéntame algo de tu familia.
Alter
Vishkower rodeó a Anshel con el brazo y ambos siguieron caminando hasta llegar
al patio de la sinagoga.
4
Una
vez que has dicho “A”, tienes que decir “B”. De las ideas pasamos a las
palabras, y de las palabras a los hechos. Reb Alter Vishkower dio su
consentimiento para la boda, pero Freyda Leah, la madre de Hadass, tardó más en
decidirse. Alegaba que no quería que su hija se enredara con otro estudiante de
la yeshiva de Bechev, y que
prefería a alguien de Lublin o de Zamosc. Pero Hadass amenazó con arrojarse al
pozo si la volvían a humillar públicamente (como le había ocurrido con Avigdor).
Sin embargo, esta unión -cosa típica en la mayoría de los matrimonios
desaconsejables-gozaba del apoyo general: el rabino, la parentela y las amigas
de Hadass. Hacía un tiempo que a las chicas de Bechev se les iban los ojos por
Anshel. Lo observaban desde sus ventanas cuando pasaba por la calle y él por su
parte, tenía siempre las botas muy lustrosas y no bajaba la vista ante
ninguna mujer. Cuando iba a la panadería de Beila a comprar un pletl, bromeaba con tanta gracia y
estilo que dejaba maravilladas a las mujeres. Estas admitían que Anshel tenían
un “no sé qué”: los tirabuzones se le rizaban más que a los otros chicos, se
ponía la bufanda de un modo distinto, y su mirada, risueña aunque distante,
parecía fijarse en un punto muy lejano. Además, el hecho de que Avigdor se
hubiera comprometido con Peshe, la hija de Feitl, dejándolo solo, aumentó el
cariño que la gente del pueblo ya le tenía.
Alter
Vishkower mandó redactar un contrato provisional de matrimonio en el que se
comprometía a darle una dote superior a la que había prometido a Avigdor, así
como más regalos y un período de manutención más largo. Las chicas de Bechev
corrieron a abrazar a Hadass y felicitarla. Ella se puso a tejer en
seguida una bolsa para las filacterias de Anshel, un paño para la challah y una talega para el matzoh. Cuando Avigdor se enteró del
compromiso de Anshel, se acercó a la casa de estudios a presentarle sus
saludos. Había envejecido durante estas últimas semanas; estaba con
la barba en desorden y los ojos enrojecidos. Le dijo a Anshel:
-Sabía
que esto era inevitable. Lo supe desde el principio, cuando te encontré en la
posada.
-Pero
fuiste tú quien me lo sugirió.
-Lo
sé.
-¿Entonces
por qué me abandonaste? Te marchaste sin despedirte siquiera.
-No
quería dejar ninguna puerta abierta a mis espaldas.
Avigdor
le pidió a Anshel que dieran un paseo. Aunque Succoth había pasado ya, el sol
seguía iluminando el día. Más cariñoso que nunca, el joven le abrió su corazón
a Anshel. Sí, era cierto. Un hermano suyo había sucumbido a la melancolía y se
había ahorcado. Y ahora él mismo se sentía casi al borde del abismo. Peshe
tenía mucho dinero y su padre era un hombre rico, pero Avigdor se pasaba
las noches en blanco. No quería convertirse en tendero y tampoco lograba
olvidar a Hadass. Se le aparecía hasta en sueños. El sábado por la noche casi
se desmaya al oír su nombre en la oración de Havdala. Pero a pesar de todo prefería que fuese Anshel y no otro
quien se casara con ella... Por lo menos estaría en buenas manos. Avigdor se
inclinó y comenzó a arrancar la hierba seca sin motivo aparente. Siguió
hablando incoherentemente como un poseído por el demonio. De repente dijo:
-He
decidido hacer lo mismo que mi hermano.
-¿Tanto
la amas?
-La
llevo clavada en el corazón.
Luego
renovaron sus votos de amistad y prometieron no volver a separarse. Anshel
propuso que, en cuanto ambos se casaran, fuesen vecinos o compartiesen incluso
la misma casa. Podrían estudiar juntos todos los días y hasta ser
copropietarios de una tienda.
-¿Quieres
que te diga la verdad? -le dijo Avigdor-. Mi vida está unida a la tuya, como la
historia de Jacob y Benjamín.
-¿Entonces
por qué me dejaste?
-Quizá
por eso mismo.
Aunque
el día se puso frío y borrascoso, ellos continuaron su paseo hasta el bosque de
pinos y sólo volvieron al atardecer, para la oración vespertina. Instaladas en
sus ventanas, las chicas de Bechev los vieron pasar abrazados y tan absortos en
su conversación que iban pisando charcos y montículos de basura sin darse
cuenta. Avigdor se veía pálido y desgreñado, y el viento le agitaba uno de los
largos tirabuzones. Anshel se mordía las uñas. Hadass también corrió a su
ventana, y al verlos pasar se le llenaron los ojos de lágrimas...
Los
hechos se sucedieron velozmente. Avigdor fue el primero en casarse. Como la
novia era viuda, la boda se celebró en privado, sin músicos, animador ni
ceremonia del velo de la novia. Peshe pasó un día bajo el dosel nupcial, y al
día siguiente volvió a la tienda en la que despachaba brea con manos
grasientas. Avigdor empezó a rezar en el Centro hasídico con su nuevo chal litúrgico.
Anshel lo visitaba y los dos se la pasaban charlando animadamente hasta que
oscurecía. La boda de Anshel y Hadass se fijó para el sábado de la semana de Janukah, aunque el futuro suegro la
quería adelantar. Hadass ya había estado comprometida en otra ocasión, y además
el novioera huérfano: ¿por qué tenía el pobre que seguir mortificándose en el
camastro improvisado que le daba una viuda, cuando podía tener esposa y hogar
propios?
Anshel
se repetía varias veces diarias que lo que estaba a punto de hacer era
pecaminoso, disparatado y perverso a más no poder. Se estaba enredando en una
cadena de infundios en la que también implicaba a Hadass. Nunca lograría expiar
todas las transgresiones que estaba cometiendo. ¡Una mentira tras otra! Varias
veces decidió marcharse de Bechev cuando aún estaba a tiempo de acabar con esa
comedia absurda, que más parecía obra de un demonio que de un ser humano, pero un
poder irresistible la tenía en sus garras. Se sentía cada vez más unida a
Avigdor y no se atrevía a destruir la ilusoria felicidad de Hadass. Después de
su boda, Avigdor se sintió aún más inclinado al estudio, y ambos amigos se
reunían dos veces al día. Por la mañana estudiaban la Gemará
y los Comentarios y por la tarde los
códigos legales y sus glosas. Alter Vishkower y Feitl el comerciante en pieles
estaban muy complacidos y comparaban a Anshel y Avigdor con David y Jonatán.
Con
tantas complicaciones, Anshel iba de un lado a otro como una sonámbula. Los
sastres le tomaron las medidas para renovarle el guardarropa, y tuvo que
valerse de mil y un subterfugios para que no descubrieran que era mujer. A
Anshel le parecía imposible que su embuste pudiera durar tantas semanas:
¡era increíble! Burlarse de la comunidad había resultado divertido; pero ¿hasta
cuándo se mantendría la farsa? ¿De qué modo saldría a relucir la verdad? Anshel
reía y lloraba por dentro. Se había convertido en un duende cuya misión en
esta tierra era burlarse de la gente y engañarla. “Soy una vil pecadora, una
Jeroboam ben Nabat”, se decía. Su única justificación era que había aceptado
todas estas cargas porque su alma anhelaba ardientemente estudiar la Torá...
No
tardó Avigdor en quejarse del mal trato que le daba Peshe. Lo acusaba de ser un
haragán y un pobre diablo: una boca más que alimentar. Trató de atarlo a
la tienda, asignándole tareas que nada tenían que ver con sus inclinaciones y
dándole propinas ridículas. En lugar de consolarlo, Anshel lo indisponía aún
más contra Peshe. Le decía que su mujer era un monstruo, una fiera y una avara
que seguramente había matado a su primer marido a disgustos y ahora haría lo
mismo con él. Y al mismo tiempo enumeraba las virtudes de Avigdor: su altura y
su virilidad, su ingenio y su erudición.
-Si
yo fuese mujer y me casara contigo -le dijo un día Anshel-, sabría cómo
apreciartedebidamente.
-Bien,
pero no lo eres...
Avigdor suspiró.
Mientras
tanto, se aproximaba la fecha de la boda de Anshel.
El
sábado anterior a la Janukah, Anshel fue
llamada a leer la Torá desde el púlpito.
Las mujeres le lanzaron una lluvia de pasas y almendras. El día de la boda,
Alter Vishkower dio una fiesta paralos jóvenes. Avigdor se sentó a la diestra
de Anshel. El novio pronunció un discurso talmúdico y los demás invitados
pasaron a discutir los puntos, fumando cigarrillos y bebiendo vino, licores y
té con limón o mermelada de frambuesa. A esto siguió la ceremonia de velar a la
novia, al término de la cual condujeron al novio al dosel nupcial muy cerca de
la sinagoga. La noche estaba fresca y despejada, y el cielo lleno de estrellas.
Los músicos entonaron una melodía mientras dos hileras de chiquillos sostenían
cerillas encendidas y velas en forma de trenza. Después de la ceremonia nupcial,
los novios rompieron su ayuno con un caldo de pollo dorado. Luego, siguiendo la
costumbre, dio comienzo el baile y el anuncio de los regalos de boda. Había
muchos y costosos regalos. El animador de bodas describió las penas y alegrías
que aguardaban a la novia.
Peshe,
la mujer de Avigdor, se encontraba entre los invitados; pero pese al exceso de
joyas que llevaba encima, se le veía fea con una peluca que le cubría más de
media frente y una enorme capa de piel, para no hablar de las manchas de brea
en sus manos que ningún jabón podría lavar. Una vez concluida la Danza de la Virtud, los novios fueron
conducidos por separado a la cámara nupcial. Los miembros de su escolta dieron
instrucciones a la pareja sobre la conducta a seguir, y los instaron a ser
“prolíficos y a multiplicarse”.
Al
amanecer, la suegra de Anshel y su camarilla bajaron a la cámara nupcial y
sacaron las sábanas sobre las que había dormido Hadass, para asegurarse de que
el matrimonio se había consumado. Al descubrir huellas de sangre, el grupo se
regocijó y la novia fue objeto de caricias y enhorabuenas. Luego, blandiendo la
sábana, salieron en tropel afuera a bailar una danza Kosher sobre la nieve recién caída. Anshel había encontrado
una manera de desflorar a la novia. La inocencia de Hadass le impidió darse
cuenta de cómo fueron y cómo debieron haber sido realmente los hechos. Se había
enamorado profundamente de Anshel. Estaba prohibido que los novios durmieran
juntos durante los siete días siguientes al primer contacto sexual. Al otro
día, Anshel yAvigdor iniciaron el estudio del Tratado sobre las Mujeres Menstruantes. Cuando los demás se hubieron
marchado y ambos se quedaron a solas en la sinagoga, Avigdor le preguntó
tímidamente a Anshel sobre la noche que acababa de pasar con Hadass. Anshel
satisfizo su curiosidad y continuaron cuchicheando hasta el anochecer.
5
Anshel
había caído en buenas manos. Hadass era una esposa fiel y sus padres
satisfacían todos los deseos del yerno y hacían alarde de sus talentos. A decir
verdad, ya habían transcurrido varios meses y Hadass todavía no esperaba un
hijo, pero nadie se tomó esto muy a pecho. Por otra parte, la situación de
Avigdor había empeorado notablemente. Peshe no sólo lo torturaba, sino que
llegó a reducirle la comida y a negarle incluso una camisa limpia. Como él
nunca tenía un céntimo, Anshel volvió a comprarle un pan de alforfón cada día y
lo invitaba a cenar a su casa, ya que Peshe no tenía tiempo de cocinar y era
demasiado tacaña para tomar una sirvienta. Reb Alter Vishkower y su esposa
censuraron este proceder basándose en que un pretendiente rechazado no debía
visitar la casa de su antigua prometida. Todo esto dio mucho que hablar
al pueblo; pero Anshel, citando precedentes, llegó a demostrar que la ley
no lo prohibía. La mayoría de la gente tomó partido por Avigdor y culpó a Peshe
de todo.
Avigdor
no tardó mucho en pedirle el divorcio, y como no quería tener un hijo con
semejante esperpento, imitaba a Onán o para decirlo con palabras de la
Gemará:
trillaba en el interior, pero arrojaba su simiente fuera. Le hacía confidencias
a Anshel. Un día le contó que Peshe no se lavaba antes de acostarse, que
roncaba como una sierra circular y que vivía tan obsesionada por el dinero de
la tienda que barboteaba sobre él hasta en sueños.
-¡Ay,
Anshel, cómo te envidio! -le decía.
-No
tienes por qué envidiarme.
-Lo
tienes todo. Me gustaría tener tu buena suerte... sin quitarte nada, claro
está.
-Todos
tenemos problemas.
-¿Qué
clase de problemas puedes tener tú? No tientes a la Providencia.
¿Cómo
hubiera podido adivinar que Anshel no pegaba el ojo por la noche y pensaba con
suma frecuencia en la huida? Acostarse con Hadass y engañarla le resultaba cada
vez más doloroso. El amor y la ternura de la joven la avergonzaban. La devoción
de sus suegros y sus esperanzas de tener un nieto constituían una carga
para ella. Los viernes por la tarde toda la gente del pueblo acudía a los
baños, y cada semana Anshel tenía que inventarse una nueva excusa. Pero pronto
empezó a despertar sospechas. Circulaba el rumor de que Ansehl debía tener una
horrible marca de nacimiento, alguna hernia o quizá una circuncisión mál hecha.
A juzgar por sus años, ya debía haberle crecido barba, pero sus mejillas
continuaban tersas.
Ya
era Purim y la Pascua estaba próxima. Pronto llegaría
el verano. No muy lejos de Bechevhabía un río en el que todos los estudiantes
de la yeshiva y los jóvenes solían
bañarse en cuanto empezaba a hacer suficiente calor. La mentira se iba hinchando
como un absceso y un buen día acabaría reventando. Anshel sabía que debía
encontrar la manera de liberarse.
Los
jóvenes que vivían con sus suegros tenían por costumbre recorrer las ciudades
aledañas durante los días semifestivos de la semana de Pascua. Disfrutaban del
cambio, se sentían renovados, buscaban la oportunidad de hacer negocios y
compraban libros u otras cosas necesarias para un joven. Lublin quedaba
cerca de Beshev, y Anshel convenció a Avigdor para hacer el viaje juntos por cuenta
de Anshel. Avigdor quedó encantado ante la perspectiva de librarse por unos
días de la fiera que tenía en casa. El viaje en coche resultó muy agradable.
Los campos empezaban a verdear y las cigüeñas volvían de las regiones cálidas,
formando arcos inmensos en el azul del cielo. Los arroyos se precipitaban hacia
los valles y las aves gorjeaban. Los molinos giraban, las flores primaverales empezaban
a brotar sobre la hierba, y por doquier se veían vacas pastando.
Los
dos amigos comieron las frutas y los pastelitos que Hadass les había preparado
y siguieron conversando, bromeando e intercambiando confidencias hasta llegar a
Lublin. Allí tomaron una habitación para dos en una posada. Durante el viaje,
Anshel había prometido revelarle un secreto asombroso cuando llegaran a Lublin.
Avigdor había bromeado: ¿Qué clase de secreto era ése? ¿Habría descubierto
Anshel un tesoro escondido? ¿O tal vez escrito un ensayo? ¿O creado
una paloma a fuerza de estudiar la Cábala? Una vez en la habitación, y mientras
Anshel corría el cerrojo cuidadosamente, Avigdor le dijo en son de burla:
-A
ver, oigamos ese tremendo secreto.
-Prepárate
a oír la cosa más increíble que hayas oído jamás.
-Estoy
preparado para lo que sea.
-Soy
mujer y no hombre -le dijo Anshel-. No me llamo Anshel, sino Yentl.
Avigdor
soltó una carcajada.
-Sabía
que era un cuento.
-Pero si es verdad.
-Ni
un tonto se tragaría eso.
-¿Quieres
que te lo demuestre?
-Sí.
-Pues
entonces me desnudaré.
Avigdor
abrió bien los ojos. Pensó que quizá lo que su amigo deseaba era practicar la
pederastia. Anshel se quitó la gabardina y la camisa bordada, despojándose
luego de su ropa interior. Avigdor echó una ojeada y se puso lívido
primero y después de color rojo vivo. Anshel se tapó de prisa.
-He
hecho esto sólo para que puedas dar fe ante los tribunales. De otro modo,
Hadass constará siempre como una mujer cuyo marido está ausente. Avigdor había
perdido el habla y un extraño temblor le sacudía el cuerpo. Quiso hablar, pero
de sus labios no brotaba nada. Se sentó rápidamente porque sus piernas ya no lo
aguantaban. Finalmente murmuró:
-¡No
es posible! ¡No puedo creerlo!
-¿Quieres
que vuelva a desnudarme?
-¡No!
Y
Yentl pasó a contarle toda la historia: la postración de su padre enfermo y las
lecturas que con ella hacía de la
Torá; la poca
paciencia que tenía con las mujeres y su cháchara absurda; la venta de la casa
y de todos los muebles; su partida del pueblo, el viaje hasta Lublin disfrazada
de hombre y su encuentro con Avigdor en la posada del camino. Sentado y sin
habla, el muchacho la contemplaba y escuchaba su relato. Yentl se había vuelto
a poner su ropa de hombre. Por último dijo Avigdor:
-Debo
estar soñando.
Se
pellizcó la mejilla.
-No
es un sueño.
-¿Por
qué me tienen que pasar a mí estas cosas...?
-Es
completamente cierto.
-¿Por
qué lo hiciste? ¡Uff! Será mejor que me calme.
-No
quería pasarme la vida amasando y cociendo pan.
-¿Y
lo de Hadass? ¿Por qué lo hiciste?
-Lo
hice por ti. Sabía que Peshe te atormentaría y en nuestra casa podrías estar
tranquilo...
Avigdor
permaneció largo rato en silencio. Luego inclinó la cabeza y la movió,
apretándose las sienes con ambas manos.
-¿Qué
harás ahora?
-Me
iré lejos, a otra yeshiva.
.-¿Cómo?
Si me lo hubieses dicho antes, podríamos haber...Avigdor se detuvo en medio de
la frase.
-No.
No hubiera resultado.
-¿Por
qué no?
-No
soy ni una cosa ni la otra.
-¡Dios mío, qué dilema!
-Divórciate
de ese monstruo y cásate con Hadass.
-Peshe
no me dará el divorcio y a Hadass no le intereso.
-Hadass
te ama y esta vez no le hará caso a su padre.
Avigdor
se levantó bruscamente, pero luego volvió a sentarse.
-No
podré olvidarte... Nunca...
6
Según
la Ley, Avigdor
no debía permanecer un minuto más a solas con Yentl. Sin embargo, con la gabardina
y los pantalones puestos parecía el mismo Anshel de siempre. Reanudaron su conversación
con la confianza habitual:
-¿Cómo
te has atrevido a violar día a día el mandamiento que ordena: “Una mujer no
podrá llevar encima todo cuanto pertenezca a un hombre”?
-No
fui creada para arrancar plumas ni para cotorrear con mujeres.
-¿Y
preferirías perder tu puesto en la otra vida?
-Quiza...
Avigdor
alzó los ojos. Y entonces se dio cuenta de que las mejillas de Anshel eran
demasiado tersas para ser masculinas, y de que su abundante cabellera y sus
manos pequeñas también la delataban. No obstante, se resistía a creer que
aquello no fuese un sueño del que podría despertarse en cualquier momento. Se
mordió los labios y se pellizcó la pierna. Se sentía tan cohibido que a la hora
de hablar, tartamudeaba. Su amistad con Anshel, sus conversaciones íntimas, sus
confidencias:¡todo había sido una farsa! Hasta llegó a pensar que Anshel podía
ser un demonio. Se sacudió, como para despertarse de una pesadilla; sin
embargo, aquel poder que nos permite distinguir la realidad del sueño, le hizo
ver que todo era verdad. Hizo acopio de valor: él y Anshel jamás podrían
ser extraños el uno para el otro, aunque Anshel fuera en realidad
Yentl..., y aventuró un comentario:
-Me
parece que un testigo que declara en favor de una mujer abandonada no puede
casarse con ella, pues la ley lo considera “cómplice en el asunto”.
-¿Cómo?
No se me había ocurrido.
-Tendremos
que consultar el Eben Ezer.
-Yo
no estaría tan segura de que las leyes relativas al abandono de mujeres puedan
aplicarse en este caso -dijo Anshel con aires eruditos.
-Si
no quieres que Hadass sea una mujer abandonada, tendrás que contarle el secreto
tú misma.
-No
puedo hacer eso.
-En
cualquier caso, has de buscarte otro testigo.
Gradualmente,
ambos amigos reanudaron su conversación talmúdica. Al principio, a Avigdor le resultó
algo extraño discutir sobre un texto sagrado con una mujer, pese a que muy poco
antes la Torá los había unido. Aunque sus cuerpos fueran
diferentes, sus almas eran hermanas. Anshel hablaba cadenciosamente,
gesticulaba con el dedo pulgar, jugaba con sus tirabuzones y tiraba de su imberbe
mentón: gestos típicos de un estudiante de la yeshiva. En el calor de la discusión llegó incluso a coger a
Avigdor por la solapa y lo llamó estúpido. Él sintió entonces un gran amor
por Anshel, mezclado con vergüenza, remordimiento y ansiedad. “¡Si lo
hubiera sabido antes!”, repetía para sus adentros.
En
su imaginación comparaba a Anshel (o Yentl) con Bruria, la esposa de Reb Meir,
y con Yalta, la mujer de Reb Nachman. Por primera vez pudo ver con claridad que
él había deseado siempre una mujer que no pensara solamente en cosas
materiales... Su interés por Hadass se había esfumado, y sabía que añoraría a
Yentl, pero no se atrevió a decirlo. Sintió calor y notó que la cara le ardía.
Le resultaba imposible mirar a Anshel a los ojos. Comenzó a enumerar los
pecados de la joven y descubrió que él también se hallaba implicado en ellos,
pues durante sus días impuros la había tocado y se habían sentado juntos. ¿Y
qué decir de su matrimonio con Hadass? ¡La cantidad de transgresiones que ello
suponía! ¡Un fraude premeditado, falsos votos e impostura! ¡Y Dios sabe cuántas
cosas más! De pronto le preguntó:
-Di
la verdad, ¿eres hereje?
-Dios
me guarde.
-¿Cómo
has podido hacer esto entonces?
Cuanto
más hablaba Anshel, menos la entendía Avigdor. Todas las explicaciones de la
joven parecían apuntar a un solo blanco: tenía cuerpo de mujer y alma de
hombre. Al final le dijo que se había casado con Hadass tan sólo para estar más
cerca de él, Avigdor.
-Lo
que quería era estudiar la Gemará y los Comentarios, no zurcir tus calcetines. Permanecieron
callados largo rato. Luego Avigdor rompió el silencio:
-Me
temo que Hadass se enfermará al oír todo esto. Dios quiera que no
.-Temo
lo mismo.
-¿Qué
va a pasar ahora?
Al
caer la tarde, los dos empezaron a rezar la oración vespertina. En medio de su
turbación, Avigdor confundía las bendiciones, omitiendo algunas y repitiendo
otras. Miraba de reojo a Anshel, que se balanceaba de un lado a otro, golpeándose
el pecho y bajando la cabeza. La vio levantar el rostro con los ojos cerrados,
como implorando a los cielos: Padre celestial, tú que conoces la verdad... Una
vez concluida la plegaria, se sentaron frente a frente, pero a buena distancia
uno del otro. La habitación se fue llenando de sombras. Los reflejos del
crepúsculo se proyectaban en la pared opuesta a la ventana, imitando un
bordado púrpura. Avigdor quiso hablar una vez más, perolas palabras se le
atascaron en la punta de la lengua. De pronto estallaron:
-Quizá
aún no sea demasiado tarde. No puedo seguir viviendo con esa maldita... Tú...
-No,
Avigdor. Es imposible.
-¿Por
qué?
-Seguiré
mi vida como ahora...
-Te
echaré de menos. Muchísimo.
-Y
yo a ti.
-¿Qué
sentido tiene todo esto?
Anshel
no respondió. Se hizo de noche y las luces se apagaron. En la oscuridad, ambos
parecían escucharse los pensamientos uno al otro. La Ley prohibía a Avigdor
permanecer a solas en la habitación con Anshel, pero ella era para él algo más
que una mujer. “¡Qué extraño poder el de la ropa!”, pensó. Sin embargo, habló
de otra cosa:
-Yo
te aconsejaría que simplemente enviases el divorcio a Hadass.
-¿Cómo,
así?
-¿Qué
importa? Si el sacramento matrimonial no fue válido...
-Supongo
que tienes razón.
-Ya
habrá tiempo de que se sepa la verdad más adelante.
La
sirvienta entró con una lámpara, pero no bien se hubo marchado, Avigdor la
apagó. Las circunstancias, y las palabras que tenían que decirse no necesitaban
luz. Ya en la penumbra, Anshelle contó todos los pormenores y respondió a todas
las preguntas de Avigdor. El reloj dio las dos y ellos seguían hablando. Anshel
le dijo que Hadass no lo había olvidado. Hablaba de él con frecuencia, se
preocupaba por su salud y lamentaba -aunque no sin cierta satisfacción- el
rumbo que había tomado su relación con Peshe.
-Será
una buena esposa -dijo Anshel-. Yo ni siquiera sé preparar un budín.
-No
obstante, si estás dispuesta...
-No,
Avigdor. No estoy destinada a ser...
7
Todo
resultó un verdadero rompecabezas para el pueblo: el mensajero que le trajo los
papeles de divorcio a Hadass; la prolongada estadía de Avigdor en Lublin hasta
pasadas las vacaciones; su retorno a Bechev con los hombros caídos y los ojos
apagados como si hubiera estado enfermo. Hadass se postró en su lecho y el
doctor iba a verla tres veces al día. Avigdor se aisló del mundo. Si alguien le
dirigía la palabra al cruzarse con él, no respondía. Peshe denunció a sus
padres que Avigdor se pasaba las noches fumando y dando vueltas por la
habitación. Y cuando finalmente sucumbía a la fatiga, pronunciaba en sueños un
nombre de mujer conocido: Yentl. Peshe comenzó a hablar de divorcio. El pueblo
pensó que Avigdor no se lo daría o que por lo menos le exigiría dinero, pero él
no puso el menor impedimento. En Bechev no era costumbre que los misterios
siguieran siendo tales mucho tiempo. ¿Cómo guardar secretos en un pueblecito
donde todo el mundo sabe qué habas se cuecen en el puchero del vecino? Sin
embargo, pese a que mucha gente se dedicó a espiar por el ojo de las cerraduras
y a escuchar tras los postigos, nadie logró descubrir la verdad de los hechos.
Hadass estaba siempre en cama, llorando. Chanina, el médico naturista,
diagnosticó que se estaba consumiendo. Anshel habíade saparecido sin dejar
rastro. Reb Alter Vishkower mandó llamar a Avigdor, y cuando el joven llegó,
muchos se agolparon bajo la ventana, pero no lograron oír una palabra de la
conversación.Y esos tipos, que tenían por costumbre entrometerse en los asuntos
ajenos, inventaron miles de teorías, todas inconsistentes.
Un
grupo llegó a la conclusión de que Anshel había ido a parar en manos de
sacerdotes católicos y se había convertido. Esto bien podía ser cierto. Pero
¿de dónde iba a sacar tiempo para ver sacerdotes si se pasaba el día
entero estudiando en la yeshiva? Y
además, ¿de cuándo acá un apóstata envía el divorcio a su mujer?
Otros
murmuraban que Anshel se había interesado por otra mujer. Pero ¿quién podría
ser? No solía haber aventuras amorosas en Bechev. Y ninguna joven -judía o
gentil- se había ido del pueblo recientemente.
Alguien
insinuó que Anshel había sido raptado por los espíritus del mal o que incluso
era uno de ellos. Citó como prueba el hecho de que el joven nunca había ido a
los baños ni al río. Es del dominio público que los demonios tienen pies de
ganso. De acuerdo, pero Hadass debió haberlo visto descalza alguna vez,
¿verdad? Además, ¿qué demonio le envía el divorcio a su mujer? Cuando un diablo
toma por esposa a la hija de algún mortal, lo usual es que la convierta para siempre
en mujer abandonada.
No
faltó quien afirmara que Anshel había cometido un pecado gravísimo y se había
exiliado para expiarlo. Pero ¿de qué tipo de pecado podía tratarse? ¿Por qué no
se lo había confiado al rabino? Y ¿qué motivos tendría Avigdor para errar como
un alma en pena?
La
hipótesis de Tevel el músico se acercaba más a la verdad. Tevel sostenía que
Avigdor no había logrado olvidar a Hadass y Anshel se había divorciado de ésta
para que su amigo la tomara por esposa. Pero ¿era posible una amistad así
en este mundo? Y en ese caso, ¿por qué no había esperado Anshel a que Avigdor
se divorciara primero? Y más aún: es obvio que un plan semejante sólo puede llevarse
a cabo si la esposa ha sido informada del arreglo y lo acepta. Sin embargo,
Hadass había dado pruebas de estar perdidamente enamorada de Anshel y, de
hecho, se había enfermado de pena.
Una
cosa era evidente para todos: Avigdor sabía la verdad. Pero era imposible
sacarle una palabra. Persistía en su aislamiento y su silencio con tal
tenacidad que irritaba a todo el pueblo.
Los
amigos íntimos aconsejaban a Peshe que no se divorciara de Avigdor, aunque
hubiesen cortado todo tipo de relaciones y ya no viviesen como marido y mujer.
Él ni siquiera le daba ya las bendiciones del kiddush los viernes por la noche. Se pasaba las noches en la
sinagoga o en casa de la viuda que había alojado a Anshel. Cuando Peshe le
hablabla, él permanecía callado y cabizbajo. Como buena comerciante, Peshe no
aguantó tanto remilgo mucho tiempo: necesitaba un hombre joven que la
ayudara en la tienda y no a un estudiante de la yeshiva, víctima de su melancolía. Y como un tipo de esa calaña
bien podía tomar las de Villadiego y dejarla colgada, al final aceptó el divorcio.
Entretanto,
Hadass se había recuperado y Reb Alter Vishkower hizo saber que estaba
redactando un contrato matrimonial: Hadass se casaría con Avigdor. El pueblo se
quedó de una pieza. El matrimonio entre un hombre y una mujer que, pese a haber
firmado un compromiso, lo hubieran roto, era algo inaudito. La boda se celebró
el primer sábado después de Tishe b'Ov
e incluyó todos los implementos habituales en los matrimonios de mujeres
vírgenes: el banquete para los pobres, el toldo instalado frente a la sinagoga,
los músicos, el animador de bodas y la
Danza de la
Virtud. Sólo faltó una cosa: alegría. De pie bajo el toldo,
el novio era la imagen misma del desconsuelo; la novia, aliviada ya de su
enfermedad, seguía no obstante pálida y demacrada. Al beber el caldo de pollo dorado
derramó abundantes lágrimas. En todas las miradas se leía la misma pregunta:
¿por qué habría actuado Anshel así? Tras la boda de Avigdor con Hadass, Peshe
difundió el rumor de que Anshel le había puesto precio a su mujer y que
Avigdor se la había comprado con un dinero que Alter Vishkower le proporcionara.
Un joven llegó a la conclusión, tras darle muchas vueltas al asunto, de que
Anshel había perdido a su querida esposa jugando a las cartas con Avigdor o
quizá en la rueda del dreidl en
Janukah. Por regla general, cuando los hombres no pueden hallar el grano de la
verdad, devoran grandes dosis de mentiras. La verdad misma suele ocultarse de
manera tal que cuanto más la buscamos menos la encontramos.
Poco
después de la boda, Hadass quedó embarazada. Dio a luz un niño, y ¡cuál no
sería la sorpresa de los asistentes a la circuncisión al oír que el padre le
había puesto el nombre de Anshel a su hijo!
gracias
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