El hambre era grande en mi después de haber comprado aquel libro era grande, tanto o más que aquella lluvia, descendían gotas de agua como si el cielo sintiese rabia. Mis zapatos se mojaron no me quedó más que entrar a un restaurante desconocido por primera vez. Era un espacio acogedor en medio de un barrio popular y de bullicio.

Ascendía por las gradas de manera decorosa, mientras mis zapatos rechinaban y dejaban salir el agua que había ingresado entre los protectores de mis pies y las medias. El agua dejada en el recorrido acompasada por los chirridos hacía sentir en mí cierta vergüenza, no era solo una persona la que se volteaba a mirarme. El libro en mis manos no había corrido mejor suerte, la tapa del texto no daba la impresión ya de pertenecer a un libro recién adquirido en una prestigiosa editorial. No era un buen día para mi y nadie lo podía negar.

Una mesa con dos sillas debidamente acomodadas y con el mantel limpio se vislumbraba lado a la ventana, sobre la mesa reposaba una cesta artesanal con panes. Al ser la única mesa y venir tras mio una pareja cerrando su paraguas actué impulsivamente y la tomé, como acto seguido llamé a la señorita que atendía otra mesa próxima. Solicité sin mirarla en detalle, con un tono nada amable y de manera apurada que trajese un almuerzo.

El hambre imposible de aguantar hizo que tomara con molestia uno de aquellos panes, era dulce y contenía anís dentro su preparación, mi ánimo cambio un poco apenas llegó la sopa. Acompañe la rica solución con el delicioso pan, cosa que provocó durante un momento el olvido del mal momento anterior. Una vez comida la sopa abrí con tristeza en mis bolsillos el libro recién adquirido anteriormente y que ahora se encontraba en un estado diferente. De sus páginas solo alcancé a leer un mensaje con letras grandes que decía textualmente: "Siempre existirá algún momento en la vida en el cual las cosas que comenzaron mal terminarán bien y viceversa". Una variación de un cliche que varias veces había escuchado decir a mis padres.

El segundo había llegado y obligaba a cerrar el libro, era colocado en la mesa mientras la señorita dulcemente me preguntaba si era la primera vez que yo venía al restaurante. Yo aún pensando en la frase del libro y al verla con detalle y sin querer respondí:

-He tenido un mal día y casualmente terminé en este restaurante, comiendo tan deliciosa merienda ante una mujer merecedora de igual calificativo. (realmente era bella).

Sus mejillas sonrojadas delataron su vergüenza, eso sin ocultar su simpatía al indicar que este no era momento ni el lugar para piropos o charlas, sin descartar la posibilidad a otro momento y otro lugar. Cambio de tema y de manera profesional me dijo que enseguida traería mi postre.

El día parecía haber cambiado, cosa que comprobé al ver que un niño correteando de manera traviesa jaló el mantel de una mesa vacía. Una de las meseras sonriendo recriminó de manera amable el acto del pequeño bandido. Seguidamente entró una pareja que solicitaba atención, la misma mesera disponiéndose con un beso del niño inmediatamente atendió a la pareja. Solicitaban dos almuerzos y dos cervezas, la encargada de servicio les explico que no tenían cerveza, así con cierta gracia emergente del acompañante al lado de la señora de pollera, solicitó entonces que solo traiga la cerveza (las sonrisa mía no se dejó esperar), la mesera no tuvo más que invitarlos entonces a una pensión cercana en la cual encontrarían cerveza, mientras con una gracia amable el acompañante se despedía, pidiendo picarezcamente disculpas a la señorita, indicándole que era la última vez en la cual él vendría a tomar a este restaurante.

En serio el día malo parecía que había terminado. Las nubes, rastro del chubasco anterior inexplicablemente habían desaparecido, comenzaba a hacer sol. Llegó a mi mesa el helado, cuyo sabor era graciosamente de vicervecina, acompañado con una servilleta en la cual estaba el nombre de Ángela, la mesera que con una sonrisa había terminado de atenderme.

Descendí hacía la caja por las gradas, mis zapatos aún estaban húmedos, pero ya no tanto. El ambiente cálido del restaurante y aquel libro habían hecho un cambio en mi persona, no me importaba si mis zapatos estaban o no mojados, total solo bastaban quince minutos en trufi hacia mi casa. El cajero me cobró 10 bolivianos, yo solo tenía un billete de doscientos, él sin recriminarme me dio mi cambio, preguntándome si necesitaba billetes de corte simple, yo negué agradecidamente su ofrecimiento.

Salí por la puerta guardando el número de la bella mesera en mi bolsillo recordando lo recién acontecido, el mensaje del libro:"Siempre existirá algún momento en la vida en el cual las cosas que comenzaron mal terminarán bien y viceversa". Cruzaba tranquilamente la calle mojada, popular y de bullicio ante un sol que cada vez se hacía más radiante. El día malo se convirtió en bueno, el mensaje del libro era cierto.

Repentinamente un camión el cual venía descontroladamente y a alta velocidad dejando detrás suyo un rastro de verduras y de destrozos de puestos callejeros de venta, se encontró irremediablemente frente a mí, impactándome con una fuerza mortal. El mensaje del libro era cierto:"Siempre existirá algún momento en la vida en el cual las cosas que comenzaron mal terminarán bien y viceversa".

Nunca se sabe lo que puede pasar.

2 comentarios:

  1. Hola Alexis,

    Gracias por comentarnos de tu experiencia con los blogs el sábado. Estaré volviendo a leer tus posts.

    Un saludo,

    boliviaindigena

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  2. Boliviaindigena: Absolutamente no hay nada por agradecer. Me hubiese gustado compartir de manera más calmada mi conocimiento con todos quienes forman parte de VOCES BOLIVIANAS.

    Lo que resta ahora es cumplir la promesa de ayudarlos en medida de mis posibilidades. Así que no perdamos el contacto y no duden en hacerme cualquier consulta, pues si bien no podré responder inmediatamente, de seguro (aunque tardiamente) lo haré.

    Para leernos el espacio siempre está abierto.

    Abrazos.

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