
Cada vez creo más en el Karma. No sé si debería, dicen que creer en algo es la primera razón de su existencia. Pero ya que.
Solo me queda hacer la reconstrucción de los hechos antes de sentar una denuncia ante la sociedad protectora de cosmochukutas. Lo malo, puede que muy pocos atiendan mi solicitud debido a que cada quién estará festejando como mejor le convega. Ni modo no más que esta experiencia sirva como homenaje a la ciudad en que paso casi todo el día desde hace como seis años.
Compartiendo en las calles de la ciudad de La Paz unos traguitos junto a amigos de la carrera, más precisamente en la calle 20 de octubre, pasaron veinte minutos de bullicio. De repente un chango se nos pone al lado y nos pide le invitemos un vaso, bueno más bien exige tal cosa.
Mis amigos dicen, "disculpa, no". El chango dice, "no sabes con quienes te estas metiendo, soy... (censura)". Uno de mis amigo no suelta el vaso, el otro no suelta la botella a pesar de la amenaza intimidante. El chango silva: "Twit, twiiiit". Tres changos medio fashion aparecen. El más cuidadito de los tres pone cara de malo y se me acerca, "dame tu celular", dice. Yo me hago al borraaacho. Saca su punta y me la pone en la boca del estomago. Presiona, "¡dame tu celular!", repite. Me hace un cortecito sin que siquiera me diese cuenta. Deja de presionar al ver que no muestro resistencia y tal vez con cierta pena por el estado en que cree me encuentro. Revisa mi bolsillo izquierdo encuentra el celular que compré en la feria de la 16 de julio a tan solo 70 Bs (ya saben donde ir), nada del otro mundo. El tipo putea dentro suyo, asimilando por el celular y mi pinta que no tengo nada de valor corre.
Una sonrisa se me hace en el rostro. Estás bien me preguntan mis amigos. "Si", respondo. "Que te han hecho", dice uno. "Nada, se han llevado el celular y yo me hice al borracho mientras trataban de puntearme", dije. "Vamos a encontrarles" dice uno de mis amigos. "No te preocupes" le digo sin quitar esa sonrisita estúpida de mi cara. "Y el trago más se lo han llevado", dice el otro. "Que huevada", decimos. Nos paramos, me froto las piernas para calentarme del frío. El más molesto de mis amigos va a la esquina Landaeta para encontrarlos a los tipos, vuelve. Caminamos bajando hasta la biblioteca municipal. Allí los changos como si nada, tomándose el trago y haciéndose a los cancheros.
Aparecen dos pacos en su moto. Mi amigo el más molesto grita, "policía, policía". Los motorizados paran (eso si es raro). Nos piden que contemos lo ocurrido. Me hago otra vez al borracho puesto que los changos voltearon a vernos. Los patrulleros se dirigen al grupo. Me piden que identifique al de las manos hábiles. Mi amigo que hizo parar a los de verde lo señala y dice "el era". Raro pero, faltaba el primer tipo que comenzó a intimidarnos. Me preguntan nuevamente a mi, "¿Quién era? Levanto el dedo haciendo visible el estado que disimulo. "Si, el era jefe" digo. El tipo se niega. Los amiguitos tratan de meterse rogando que los dejen ir a ellos. Revisan los bolsillos encuentran un celular, unas llaves, una billetera y nada más, pero no mi celular. "¡¿Dónde está el celular?!". Nada. "Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada", dice con carita de ángel y voz suplicante el que anteriormente se hizo al malo conmigo. En serio daba pena el compadre, y de no ser porque luego nos seguirían hasta saber que hacer no nosotros, hubiese pedido que los dejen. Se acercaba demasiado al de las estrellitas en el hombro, levantaba las manos y creo que nos señalaba con sus dedos. Por tal cosa le meten gas. Nos preguntan si estamos todos bien para sentar denuncia. Decimos que estamos un poco mareaditos. Nos explican que así no podemos sentar denuncia. Nos piden que nos retiremos no más. "¿Si que más?" digo en mis adentros. Solicitamos que los retengan hasta que nos encontremos seguros. Todo el grupito con las manos en la nuca mirando la pared a ratos, a ratos volteandose para ficharnos, todos menos el del suelo restregándose los ojos . Tomamos un minibus hasta la Perez, luego yo de la Perez a la ceja, otra vez con la muequita de alegría que váyase a saber si me durara mucho.
Caliento la cena. Llevo el plato a mi dormitorio. Una vez vacío el plato, levanto las frazadas y sábana de mi cama. Duermo, con que habré estado soñando, pero cuando me despiertan, me afrontan con una riña mis familiares. Me dicen que dejé encendida la hornilla de la cocina a bajo volumen. "¡Pucha! No terminamos intoxicados por los escapes de aire que están en la cocina, puestos allí desde aquel entonces en que nos instalaron la conexión de gas natural domiciliaro", pienso. La olla en ocho horas de descanso termino más negra que el futuro que puede me espere. Aunque por otro lado puede que el futuro negro no lo vio el del cuchilloto hasta que le llegó el gas de pimienta a los ojos. Jodido esto del karma. Pero no por eso tengo seriamente pensado el hacerme una cirugía plástica antes de que me la hagan los que nos intimidaron.
Solo me queda hacer la reconstrucción de los hechos antes de sentar una denuncia ante la sociedad protectora de cosmochukutas. Lo malo, puede que muy pocos atiendan mi solicitud debido a que cada quién estará festejando como mejor le convega. Ni modo no más que esta experiencia sirva como homenaje a la ciudad en que paso casi todo el día desde hace como seis años.
Compartiendo en las calles de la ciudad de La Paz unos traguitos junto a amigos de la carrera, más precisamente en la calle 20 de octubre, pasaron veinte minutos de bullicio. De repente un chango se nos pone al lado y nos pide le invitemos un vaso, bueno más bien exige tal cosa.
Mis amigos dicen, "disculpa, no". El chango dice, "no sabes con quienes te estas metiendo, soy... (censura)". Uno de mis amigo no suelta el vaso, el otro no suelta la botella a pesar de la amenaza intimidante. El chango silva: "Twit, twiiiit". Tres changos medio fashion aparecen. El más cuidadito de los tres pone cara de malo y se me acerca, "dame tu celular", dice. Yo me hago al borraaacho. Saca su punta y me la pone en la boca del estomago. Presiona, "¡dame tu celular!", repite. Me hace un cortecito sin que siquiera me diese cuenta. Deja de presionar al ver que no muestro resistencia y tal vez con cierta pena por el estado en que cree me encuentro. Revisa mi bolsillo izquierdo encuentra el celular que compré en la feria de la 16 de julio a tan solo 70 Bs (ya saben donde ir), nada del otro mundo. El tipo putea dentro suyo, asimilando por el celular y mi pinta que no tengo nada de valor corre.
Una sonrisa se me hace en el rostro. Estás bien me preguntan mis amigos. "Si", respondo. "Que te han hecho", dice uno. "Nada, se han llevado el celular y yo me hice al borracho mientras trataban de puntearme", dije. "Vamos a encontrarles" dice uno de mis amigos. "No te preocupes" le digo sin quitar esa sonrisita estúpida de mi cara. "Y el trago más se lo han llevado", dice el otro. "Que huevada", decimos. Nos paramos, me froto las piernas para calentarme del frío. El más molesto de mis amigos va a la esquina Landaeta para encontrarlos a los tipos, vuelve. Caminamos bajando hasta la biblioteca municipal. Allí los changos como si nada, tomándose el trago y haciéndose a los cancheros.
Aparecen dos pacos en su moto. Mi amigo el más molesto grita, "policía, policía". Los motorizados paran (eso si es raro). Nos piden que contemos lo ocurrido. Me hago otra vez al borracho puesto que los changos voltearon a vernos. Los patrulleros se dirigen al grupo. Me piden que identifique al de las manos hábiles. Mi amigo que hizo parar a los de verde lo señala y dice "el era". Raro pero, faltaba el primer tipo que comenzó a intimidarnos. Me preguntan nuevamente a mi, "¿Quién era? Levanto el dedo haciendo visible el estado que disimulo. "Si, el era jefe" digo. El tipo se niega. Los amiguitos tratan de meterse rogando que los dejen ir a ellos. Revisan los bolsillos encuentran un celular, unas llaves, una billetera y nada más, pero no mi celular. "¡¿Dónde está el celular?!". Nada. "Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada", dice con carita de ángel y voz suplicante el que anteriormente se hizo al malo conmigo. En serio daba pena el compadre, y de no ser porque luego nos seguirían hasta saber que hacer no nosotros, hubiese pedido que los dejen. Se acercaba demasiado al de las estrellitas en el hombro, levantaba las manos y creo que nos señalaba con sus dedos. Por tal cosa le meten gas. Nos preguntan si estamos todos bien para sentar denuncia. Decimos que estamos un poco mareaditos. Nos explican que así no podemos sentar denuncia. Nos piden que nos retiremos no más. "¿Si que más?" digo en mis adentros. Solicitamos que los retengan hasta que nos encontremos seguros. Todo el grupito con las manos en la nuca mirando la pared a ratos, a ratos volteandose para ficharnos, todos menos el del suelo restregándose los ojos . Tomamos un minibus hasta la Perez, luego yo de la Perez a la ceja, otra vez con la muequita de alegría que váyase a saber si me durara mucho.
Caliento la cena. Llevo el plato a mi dormitorio. Una vez vacío el plato, levanto las frazadas y sábana de mi cama. Duermo, con que habré estado soñando, pero cuando me despiertan, me afrontan con una riña mis familiares. Me dicen que dejé encendida la hornilla de la cocina a bajo volumen. "¡Pucha! No terminamos intoxicados por los escapes de aire que están en la cocina, puestos allí desde aquel entonces en que nos instalaron la conexión de gas natural domiciliaro", pienso. La olla en ocho horas de descanso termino más negra que el futuro que puede me espere. Aunque por otro lado puede que el futuro negro no lo vio el del cuchilloto hasta que le llegó el gas de pimienta a los ojos. Jodido esto del karma. Pero no por eso tengo seriamente pensado el hacerme una cirugía plástica antes de que me la hagan los que nos intimidaron.
Y nada. Más bien estoy pensando en decir cuanto amo a La Paz.

Amo La Paz a pesar de que me da sopapos con su bocinazos. La amo más cuando escucho ese tango de Nestor Portocarrero y lloro inevitablemente. La amo cuando recorro sus calles que tienen nombres de personas que hicieron mucho, poco o nada por nuestra ciudad. La amo cuando me miento y prometo aprenderme todos los nombres de esas calles. La amo cuando hay paros y bloqueos que me obligan a subir hasta mi casa en la ciudad de El Alto a pie. Cuando me obliga a mostrar mis dotes de escalador en las laderas. La amo cuando en El Alto se nos ocurre avisar que estamos yendo abajo o a la ciudad sabiendo en nuestros adentros que El Alto aún es parte de la ciudad de La Paz. La amo cuando tengo que cargar un traje de moreno o cuando debo agitar los pañuelos para bailar una cueca paceña. La amo cuando guardo con cuidado mi traje de pepino que dice "Bolivar Campeón" en una mejilla de la careta. La amo cuando bailo ch'utas con dos cholitas sin llevar puesto traje y sin necesidad de falsear la voz. La amo cuando las pildoritas juegan con mi corazón, mi bebida y mis bolsillos. La amo cuando me muestra su jeta una niña o su madre por invitarla a salir. La amo más que a esa mujer a la que me vi obligado a decirle que bajaría uno de los picos del Illimani por sus ojos. La amo tanto que ahora más bien le bajaría ahora un ojo a esa mujer en honor a la majestuosidad del Illimani. Por tantas cosas la amo, pero ahora además porque estoy seguro de que el karma si existe en La Paz.
Dicen que las cicatrices son los espejos del alma. Ahora puedo decir: "Mi alma tiene dos milímetros de extensión y un celular menos". Eso puedo decir, pero además debo agradecerle le agradezco a nuestra bella ciudad de La Paz por encontrarme un justificativo para manifestarle mi amor entre silencios y palabras.
Y si bien creo que es más memorable lo hecho por Julian Apaza, alias Tupac Katari que lo de Murillo. Uso de justificación el bicentenario para contarle a nuestra ciudad que el karma si existe en La Paz.
¡Viva La Paz carajo!
Dicen que las cicatrices son los espejos del alma. Ahora puedo decir: "Mi alma tiene dos milímetros de extensión y un celular menos". Eso puedo decir, pero además debo agradecerle le agradezco a nuestra bella ciudad de La Paz por encontrarme un justificativo para manifestarle mi amor entre silencios y palabras.
Y si bien creo que es más memorable lo hecho por Julian Apaza, alias Tupac Katari que lo de Murillo. Uso de justificación el bicentenario para contarle a nuestra ciudad que el karma si existe en La Paz.
¡Viva La Paz carajo!
"La amo más que a esa mujer a la que me vi obligado a decirle que bajaría uno de los picos del Illimani por sus ojos. La amo tanto que ahora más bien le bajaría ahora un ojo a esa mujer en honor a la majestuosidad del Illimani"
ResponderEliminarjajajajajajajajaja muy buen post
Querido Citizen:
ResponderEliminarCaraaa, asi no más termina siendo esto. Uno termina engatuzado circunstancialmente, como puede que te sucede allá en Polonia jeje.
Gracias por el calificativo. Voy a tu blog a dejarte un comentario y te agrego a mi blogroll.
¡Un abrazo!
PORQUE ERES TAN BELLA LA PAZ???? DIME POR QUE??
ResponderEliminarNunca leí algo tan lindo de nuestra ciudad.... la verdad yo también la amo como tu lo haces, y cada día durante el trayecto por la autopista o Pasankeri recordaré tus palabras :)
ResponderEliminarAndrea De la torre