Trabajé desde mi infancia, junto a mis padres, comercializando libros en ferias. Trabajo no pagado, más bien pegado, cada que lo ejercía sin ganas.
Años después, caminaba mirando al suelo, así una vez me encontré Bs. 40; esperaba repetir o mejorar esa experiencia... no me fue muy bien. Obligado me vi entonces —para reponer el adaptador de mi Nintendo— a recolectar y vender cajas de regalos de bodas.
Ya para el año 2000 me hice asiduo en un Café Internet. Tanto que incluso di clases —me pagaban por alumno inscrito—, aquel entonces fue tal mi suerte que me asignaron como el profesor de una bella niña que siempre llevaba el cabello perfumado; por otro lado atendía el lugar cada que "los jefes" se iban al tilín o a tomar unos tragos.
Pasada esa etapa, a mis dieciséis años quise dar clases en un instituto bien chanta de computación. Presenté mi ridiculum documentado, "Técnico en aplicaciones". Días después, me citaron para hacerme una entrevista. Llegué puntual, el entrevistador media hora después; ingresé a su oficina, comenzaron las preguntas y yo, y yo, y, y yo... de repente me volví tartamudo; para colmo me sudaban las manos. Ocho preguntas pésimamente respondidas. Finalmente el director del instituto me tendió su mano; craso error, se la embarré con mi sudor. «Ya le llamaremos».
Más tarde me hice: voceador de minibus, repartidor de volantes, locutor de radio, transcriptor o amanuense, ensamblador de computadoras, apostador, encuestador —de otro instituto trucho—, auxiliar de abogado, organizador de eventos académicos, vendedor de discos piratas, guía de turismo, consultor en temas de marketing turístico y web, distribuidor de libros e intento de escritor.
No he descartado la posibilidad de volverme mendigo, la posibilidad de hacer creer a los demás que solo miro el suelo. Pero esa, esa, esa es ya otra historia...

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Me encantó tu resumen laboral, querido Alexis. Con esa experiencia, cómo no ser un buen escritor. Un abrazo.
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