Necesito unos minutos de su tiempo, probablemente usted los necesite más que yo, así que nada, usted dirá.

Gracias, en serio. ¿Cuánto le debo?

Gracias a su traspié he alimentado mis expectativas. Disculpe, es inevitable, cuando uno escribe lo hace para ser escuchado, o al menos para ejercitarse en estas lides. Ni modo, dadas las condiciones me veo obligado a seguir escribiendo, mientras usted se ve obligado a tomar una decisión, nuevamente.

Hace tiempo ya que me manejo en base a un principio: No es cuestión de ganar tiempo, sino de hacer que otros pierdan el suyo.

Permítame hacerle una demostración.

Como otros, me aprovecho de su escaso tiempo —o dinero—, todo gracias a su actitud pasiva, a su incapacidad de dar vuelta a la página. Sus expectativas —si es la primera vez que me lee— seguro no son altas, no pide mucho, así que opta por lo siguiente “no tomaré decisión alguna hasta ver en que resulta todo esto”. Lo hace cual si estuviese en un escaparate, del lado de la calle ejerciendo su rol de expectador, mientras otros están dentro, protegidos. Total ¿no?, mientras haya incertidumbre habrá fe, total, ya lo he preparado para que no sufra una gran decepción. Total.

Sus necesidades son indispensables, usted tiene necesidades fisiológicas, psicológicas, sociales, culturales—si se siente más a gusto puede utilizar la categorización y jerarquización de Maslow—; lastimosamente, todas estas necesidades, están hoy supeditadas a lo financiero, a necesidades financieras. Si se siente cómodo —cosa que dudo— de seguro habrá notado como han crecido sus expectativas. Lastimosamente para atender a sus demandas, yo como otros, me veo obligado a exigirle que me ceda gran parte de su tiempo —y con ello gran parte de su dinero—. Gracias, muchas gracias por su colaboración; sus superiores, sus proveedores, sus amistades, sus instituciones públicas, su familia —y finalmente mi empresa— le estamos muy agradecidos.

Y usted, ¿cuánto vale?

¿Podría hacerme el favor de responder?

Lo suponía…

¿Sabe? No sé si sea culpa de la forma en que las empresas promocionan sus productos y servicios, o de las empresas, así a secas. Aún así, creo que usted debe asumir parte de la responsabilidad. Yo sé, yo sé, hay algo que se llama Síndrome de Estocolmo. ¡Pero aún así!

¿Alguna vez se ha puesto a medir el coste/beneficio de sus acciones?[1]. ¿Sabe usted diferenciar cuales son sus necesidades y cuales sus expectativas? ¿Adquiere algo porque realmente lo necesita o solo porque está de moda? ¿Conoce la diferencia entre moda y estilo? Si tiene hijos ¿ha reducido la sobre exposición mediática y el número de mensajes publicitarios a los que se ven expuestos? ¿Ha identificado ya las ventajas que tiene respecto a otros o sigue soñando con aquello que está lejos de su alcance, aquello en lo que usted tiene pocas posibilidades de llegar a ser? Dicho de otra forma, ¿niega usted las condiciones en que vive mientras a la par ahorra para adquirir algo que en pocos días o meses terminará descuidando y desechando?

Veo que ha optado por seguir leyendo, en vez de dar respuesta a “mis preguntas”. No lo culpo.

¿Sabía usted que, para su comodidad, para que usted sea feliz es necesario que otro esté en condiciones adversas? Si, lo sabe, muy en el fondo, pero lo sabe. Sabe que “la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”, que hoy en día todas nuestras relaciones tienen tintes comerciales, eso, que vivimos en un mundo en el que uno no nace para vivir, sino para sobrevivir[2].

Lástima, plástico.

Cálmese pro favor, no vaya a pensar que lo incito a pasar de derecha a izquierda, de derecha a centro izquierda, de derecha al centro, o de derecha a centro derecha. Por favor, no piense que quiero cambiar el mundo, o que lo estoy incitando a hacerlo, porque no es así —o quiero creer que no es así—; solo estoy necesitado de un cambio en sus expectativas, solo necesito que deje de sobreponer las expectativas de otros a las suyas. Solo intento comunicarle un segundo principio, mi segundo principio —a la fecha—: Intente ser feliz tratando de hacer el menor daño posible a los otros.

Vale. Lo acepto. Acabo de venderle humo, pero me siento menos culpable al saber que usted hace lo mismo.

Detengámonos por favor. ¡Por favor alto!

Para consuelo nuestro, mientras usted se ha abstraído leyendo y yo escribiendo esto, mientras hemos pagado el precio para hacerlo, a unos pasos, un par de lustrabotas le sacan brillo a sus diferencias —se agarran a golpes—; a unos pasos, un mendigo levanta las manos victorioso mientras su vecina y colega nota que hoy no lleva tanta suerte. Mientras, mientras tanto…

1. Fe de erratas: Léase “transacciones” donde dice acciones.
2. De seguro García Márquez, si leyese tal “paráfrasis” la tildaría de “desvirtuación”. Si lee el párrafo sepa disculpar.

0 Comentarios:

Publicar un comentario