
Más temprano que tarde me he resignado a la idea de ser un tipo redundantemente emocional, regido por banales insistencias. Y sí… y si esto, aquello y lo demás. Los límites del control. Ya quisiera seguir rígidamente un algoritmo y ser lógicamente feliz, pero lógicamente eso está lejos de suceder. Al menos tengo un consuelo, el saber de la existencia de un diagrama que en el fondo nos une a usted y a mí; un diagrama de flujo en que «El origen es la meta» —cosa que podría haber dicho Karl Kraus parafraseando a El Papirri, ¿no?.
El párrafo anterior —lo crea o no— tiene por objeto introducirlo a usted en la vida y obra de un escritor, y en lo personal encontrar un justificativo para la relectura de una novela sobre la que existe muy poca información.
The limits of control es el nombre de la película que me llevó a adquirir un libro. No voy a elogiar tácitamente a la película, de eso ya se han encargado otros. Utilizo tal como referencia ya que en ella se habla de Escenas de la vida bohemia de Henri Murger, libro que dio origen al término bohemio; por fin, por fin encontré al culpable de que —durante un tiempo— algunos amigos me tildasen de “bohemio”. Así una cosa llevó a la otra. Busqué el libro sin resultado alguno, semanas después me olvidé del asunto, eso hasta que tuve en mis manos El barrio latino o Claude et Marianne de Henri Murger, traducido por Agustín Natal, no lo pensé dos veces —algo es algo—, compré el libro.
Llegar a la página 15 y encontrarse con personajes que recuerdan a los carneros de Panurgo es una invitación a seguir leyendo muy difícil de rechazar. El barrio latino gira en torno a la parábola de Rabelais, a la cita de Karl Kraus compartida líneas arriba, al mito de la caverna de Platón, a los cuentos La verdad de Henry Troyat y El otro de Jorge Luis Borges, a «Vanitas vanitatum omnia vanitas» pasaje de Eclesiastés y en torno a la deplorable condición humana de acostumbrarnos a todo tarde o temprano.
Al cuidarte ha sabido tu amor por otra y te ha adorado; todo esto es muy sencillo y natural; y como su corazón ama por primera vez, es posible que al salir de aquí se vaya a tirar al río. Y si ella no va, intento del que trataré, por cierto de disuadirla, dado caso de que tal pensara, llegará el día en que los demás se tiren a él por causa suya.
El barrio latino es una novela romántica cuyo argumento es el siguiente: Claudio, un joven provinciano es enviado por su tutor a París para estudiar medicina y una vez graduado regresar y casarse con su prometida, sin embargo en París termina reencontrándose con una amiga de infancia, Mariana, que ha sobrevivido a los desengaños de la vida y del amor, misma que se sirve de Claudio para justificar sus actos para con todos los hombres y sin proponérselo hace dudar a Claudio de sus aspiraciones y sentimientos —al punto de dejarle en claro que los discursos se agotan para dar paso a los hechos, de recordarle que tantos preludios solo sirven para tomar un respiro y que los finales memorables no existen.
—Hija mía, “siempre” es la divisa de los amantes y “jamás” la de los borrachos. “¡Siempre!” es una mentira eterna que todos decimos con la mayor sinceridad. “Siempre”, es una letra firmada por el entusiasmo y protestada por el olvido.
El barrio latino o Claude et Marianne es a la fecha una de mis novelas favoritas. Siento que comprarla, leerla y releerla no ha sido una pérdida de tiempo, espero decir lo mismo de Escenas de la vida bohemia —que por cierto ya tengo en manos gracias a Daniel Averanga.
¿La calificación? Cinco eÑes sobre cinco, tomando en cuenta las imágenes hechas símbolos, los cambios en las voces narrativas que destacan por su sutileza, lo mismo las elipsis en los últimos capítulos, los detalles de estilo, los diálogos ásperamente románticos, el hacer de un argumento desgastado algo memorable, el juego con los pronombres y la creación de un personaje como Mariana o Marietta. Dicen por allí que lo malo de los artistas es cuando son masoquistas. No sé usted, a mí no me cabe duda alguna.

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