Recuerdo que en su tiempo dije a Daniel Averanga, Rodrigo Urquiola Flores, Christian J. Kanahuaty y un público reunido en el Teatro Trono de la ciudad de El Alto, lo siguiente: “La Esperanza es la madre del terror”. Recuerdo que con el paso del tiempo he llegado a replantear lo dicho porque… “Esperanza tiene muchos hijos”, o es eso, o le estoy atribuyendo hijos que nunca tuvo. Hoy, creo en lo siguiente, creo en lo que no antecede a lo antes dicho: “La Esperanza es, además, madre de la Vergüenza”.
            Llega el momento en que ocurre algo inesperado, algo que nos lleva a hacer lo grato-inesperado, lo grato-esperado, lo ingrato-inesperado, lo ingrato-esperado. Y eso, eso es, Esperanza está allí, escondida, entre esas cuatro combinaciones… porque incluso no esperar es una forma de hacerlo.
Y es que entre sacrificios, y con mucha Esperanza, sucesivamente cometemos actos vergonzosos. Lo predecible pero inesperado. El acto de escribir, por ejemplo. De contar que a eso de las 13:30 recibí el golpe de un indigente. Un salto, un codazo en la espalda; una sorpresa. Ambos íbamos en direcciones opuestas y, tal vez, lo que él quiso hacer fue acelerar mi paso, alentarme a seguir con mi camino, exhortarme a no mirar atrás… pero lo hizo en una posición tan incómoda, con tan poca fortuna, que su golpe apenas me rozó, me empujó más bien poco; ni siquiera me vi obligado a detenerme.
Yo no sé si, después de lo ocurrido, él continuó con su camino. No miré atrás aquel entonces, es ahora, es ahora que recién lo estoy haciendo. Me detengo ante la nueva incertidumbre, con cierta vergüenza por llamarla Nueva, con cierta vergüenza porque me expongo. Quisiera saberlo, quisiera saber si su camino consiste en avanzar y repartir golpes a la gente… Él, repartiendo golpes a la indiegente que se lo merece y no.
Avanzo entonces, no ahora. Continuar fue el camino, reflexionar el presente texto, mojarme un poco la nuca, ver si mi espalda no ha sido manchada ConVáyaseASaberQué, salir de un lugar para volver a salir de otro, encender la máquina con teclas y escribir.
Escribir, escribir con Esperanza; causando vergüenzas ajenas y propias, desilusionando a los que se dicen mis amigos, mis familiares, mis autores, mis libros… Pero hacerlo. No tener vergüenza de hacerlo, de haberlo hecho, de continuar con mi camino que es y no el de otros; opuesto, enrevesado, recreativo-fragmentario, creativo-fragmentario, retórico.
. Desde que alguien se adelanta a alguien más, uno se queda así como esperando. Esperando estar preparado sin estarlo nunca. Y llega la vergüenza. Le llegará también al perro que me llamó Cínico, al caballo llamado Ajetivo… Pero no, no me avergüenzo de haberlo hecho, de haber avanzado, de haberlo digerido sin mirar atrás… Aunque, por otro lado, cuando menos lo espere, tal vez sí me avergüence un poco, un poco de haberlo compartido, de haberlo escrito.

La Paz, 11 de enero de 2013

PD: Esperanza es el nombre de mi ordenador portátil.

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