Alguien
ha sido soltado por alguien más; su exesposa, su hija, tal vez. Carga con
páginas que nunca le pertenecieron, no hace otra cosa que pensar que todo el
mundo lo quiere engañar. Ofrece libros subrayados allí donde ya nadie quiere
conocer las ruinas dejadas por todo aquel que ha fracasado en la búsqueda de un
tesoro. Lleva en el bolso un libro, La
vida de mi padre y otros ensayos, y quién sabe si tal vez algo más. El libro es de Raymond Carver, sin
embargo en su momento lo fue de Jaime Nisttahuz. Pero ahora, Ronal Barradas, cree que el libro es de él; cree que no es mío; cree que no es de
Carver ni de nadie más. Sin embargo se lo ofrecerá al próximo ingenuo que
quiera cargar con él. Pedirá más de lo que uno está dispuesto a pagar, pedirá
que se lo devuelvan. Se hará a la víctima si justificas la no compra de un
próximo libro. Te dirá “No eres más que un invento mío”. Y no se equivocará, porque
muchos de los libros que no has leído y no piensas leer ni vender te los trajo él; porque
hubieron semanas, meses y años en los que él dejó de hacer lo que sea que
tuviese que hacer para acercarse a ti y recordar(te) que no tiene amigos, que
en realidad nunca los tuvo, pero que tú podrías ser uno, el único, quizá. Y se
propondrá no volverte a ver más en su vida, y lo dejarás ir, pero volverá. Se
disculpará, te dirá que lo único quiere hacer es un cambio, recuperar algunos
libros, y le dirás que No, dos, tres, cuatro veces, pero no más. Vendrá con el
libro que Jaime Nisttahuz le prestó hace meses y jamás devolvió, y le dirás que
sí. Le pagaras lo acordado. Lo volverás a ver. Venido de nuevo le harás saber
que ese libro no era suyo, que no le importó venderlo así fuese de un amigo
mutuo. Es más, pedirás, exigirás, por enésima vez los libros que le prestaste y
nunca devolvió. Entonces te darás cuenta que Ronal (Rodrigez) Barradas no es
más que un invento tuyo, es un invento de Jaime y seguramente de alguien más. Y
esperarás que la supuesta novela que lleva años corrigiendo, Milton, el perro de Pavlov, sea realmente
buena, que su vida valga algo más que la lástima que despierta cada que quiere
hacerte creer que tiene otros “libros inencontrables” en su biblioteca; que
lleva semanas esperando un cheque; que debe comprar medicamentos para alguien más;
su hija, su exesposa, tal vez. Y si bien has perdido un libro, robado bajo el
pretexto de la revisión de un fragmento de texto, has soltado a alguien más,
que no es ni su esposa o su hija, quizá. Y, a veces, esta vez quizá, perder es
ganar.
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