6

            Pedro es sujetado por sus hijos antes de caer al suelo. Su esposa no respondió al tratamiento: sus pulmones se reducirán hasta que el aire no ingrese en ellos. Morirá en pocas horas, a menos que decidan conectarla a un respirador. Solo así seguirá viva, de manera inconsciente; no sanará. Pedro le dice a la doctora que haga un tratamiento más drástico, una operación, lo que sea. Ella responde que si existiese una solución, la habría aplicado.

            Lo arrastrarán hacia otra sala. Apenas se sostiene. Repite el nombre de Aurora entre lágrimas. Lo sientan. Su hija le da un vaso con agua. Su hijo habla con la doctora: la neumonía con la que ingresó su madre se transformó en una insuficiencia aguda. Solo respira a través de la mitad del pulmón izquierdo. Ambos se han calcificado.
            La voz de Pedro se vuelve destemplada, reverbera en el corredor, las personas que salen del ascensor desvían la mirada. Con un gesto, la doctora les pide a los hijos que lo  vigilen. Regresa con apuro a Cuidados Intensivos.
            Pedro mira a su nieto menor, lo carga, intenta sonreír, y le dice que la abuela estará bien. Sige teniendo fuerza pese a sus ochenta y tres años. Se levanta y camina con él en brazos. Se apoya contra la pared. Sus otros nietos quieren acercarse. Sus hijos lo impiden: tienen que hablarle.
            Su hija pregunta qué piensa hacer: ¿conectarla a un respirador? Pedro besa a su nieto, le hace una caricia y responde que no: no la hará sufrir. Pide que traigan de la casa el rosario de Aurora, su libro de oraciones y su cuaderno de recortes.
            La doctora regresa: Aurora quiere verlos. No deben decirle nada sobre su estado, ni llorar, ni mostrarse ansiosos.
            Pedro bebe un sorbo de agua, se arregla la camisa y limpia sus anteojos.

            5

            Las luces, los sonidos y el aspecto de las máquinas que tiene su esposa a su alrededor lo hacen temblar. Agarra el borde de la cama para no desvanecerse.
            Lo llama moviendo tenuemente los dedos. Él toma la mano de Aurora; está helada. Su frialdad es quemante. ¿Cuándo voy a salir? La mascarilla ahoga sus palabras. Pedro contesta que en un par de días. Tengo miedo. Él contiene las ganas de arrancarle las sondas y romper los monitores que tiene frente.

            Una enfermera entra al cuarto, los saluda y cambia el frasco de suero. Les sonríe en todo momento. Aurora intenta hablarle. Se mueve como un animal herido. Él piensa que hasta un perro tiene más dignidad: su dueño lo mataría de un disparo. La enfermera le pide que se calme y conteste abriendo y cerrando los párpados: una vez para decir “si”, dos para decir “no”. Aurora responde todas las preguntas. Luce más calmada luego del interrogatorio. La enfermera manda que se comuniquen así hasta que pueda respirar bien. Se retira.
            ¿Quieres otra almohada? ¿Tienes calor? ¿Cierro las cortinas? Aurora contesta en silencio. Pedro se queda sin saber qué preguntarle. Le acaricia el pelo.
            Aurora mantiene su mano en la suya. Se siente contrariada: todos deben estar preocupados, esa clínica parece cara, está angustiando a su esposo… ¿El resto de su familia no puede hacer algo? ¿Por qué sólo piensan en ellos? Sus hijos ingresan. Cierra los ojos, finge dormir. No tiene ganas de hablarles. Está enfadada especialmente con su hijo: tres domingos seguidos en los que no almuerza con ellos. La excusa de siempre: mucho trabajo. Hablan en voz baja. Se esfuerza para oírlos. Toma aire en medio de la oscuridad, respirar se ha vuelto un acto consciente. Pedro intenta soltar su mano. Ella se sujeta con fuerza.
           
            Escucha pasos saliendo del cuarto. Abre los ojos y libera la mano de Pedro. Él comenta que sus nietos están contentos y desean verla. La pregunta si quiere recibirlos. Parpadea una vez.

            4

            Dos de sus nietas lo consuelan al salir al pasillo. Él responde que está bien; ya se hizo la idea de que la abuela no vivirá, es normal estar triste. Les pide que actúen con calma, sonrían mucho y le hagan cree que pronto estará en casa. Ellas ingresan a verla. Su hija le entrega una bolsa con el rosario, el libro y el cuaderno. Cada nieto recibe instrucciones: llamar a los familiares más cercanos, a un sacerdote amigo de la familia, hacer una lista con lo necesario para enterrarla… Su hijo habla con el representante de un cementerio. Comprará una tumba para su madre y otra para Pedro.
            Pedro le dice a su hija que irá a la capilla de la clínica. Ella se ofrece para acompañarlo. Responde que desea estar a solas. Su hija lo coge del brazo y camina a su lado: irá con él hasta la puerta. Acepta fastidiado.
           
            3

            El silencio, las velas encendidas y el reflejo de los cristales de colores lo hacen sentir muy solo. Repasa con prisa las cuentas del rosario. No puede concentrarse. Deja inconcluso el sexto Ave María.
            Abre el cuaderno y pasa las páginas. Piensa distraerla mostrándoselo. El parque de Ueno, representaciones de teatro kabuki, el monte Fuji, el santuario de Toshogu. Aurora siempre quiso conocer Japón. En los últimos años, su costumbre de recortar artículos y fotografías se acentuó. Él siempre comentaba que pronto dejaría de hacerlo: viajarían y se quedarían varias semanas cuando tuviesen tiempo. Cerámicas de Kutani, un salón de té, la isla de Hokkaido. Cuando ella preguntaba cuándo lo harían, Pedro respondía siempre: cuando podamos. La misma respuesta año tras años: cuando podamos. Cada fotografía se lo repite: cuando podamos. Las promesa incumplidas, el lago Konuma, los fines de semana trabajando para tener dinero cuando ya no era necesario, la rutina de las geishas. El tiempo que pudieron pasar juntos: cuando podamos. Se está muriendo: cuando podamos. No puede salvarla: cuando podamos, cuando podamos, cuando podamos. Nunca más volverá a verla: cuando podamos.
            Se toma la cabeza entre ambas manos para llorar. Quisiera arrancarse la piel del rostro y sentir más dolor. Se calma.
            Solo hay algo por hacer.
           
            2

            Ha resuelto conectarla a un respirador: se lo comunica a la doctora y a sus hijos.
            La doctora responde que debe llenar unos formularios. Su hijo lo detiene. Su hija afirma que no puede hacerle eso a su madre, ni a él mismo, ni a su familia. Pedro contesta que sí puede, y que lo va a hacer. Su hija empieza a llorar: podría quedarse durante meses en ese estado, es una locura, sería muy egoísta. Pedro le dice a la doctora que la acompañará a rellenar lo necesario.

            Empiezan a caminar. Su hijo lo retiene, no quiere soltarlo. Forcejean. Pedro le da un puñetazo en la mandíbula. Su hijo cae contra una silla y resbala al piso. Pedro coge un frasco de vidrio que encuentra en una mesa. Le apunta a la doctora y le ordena darle los papeles: ya lo decidió.

            1

            Un docto abre la boca de Aurora. Ella siente miedo: no pensaba que el tubo que van a colocarle es tan grande. Roza los dientes. Pasa por su lengua. Desciende por la garganta. Las lágrimas e intentos de moverse hacen que él se acerque y le repita al oído lo que dijo antes de que entraran arrastrando la máquina: dolerá un poco, pero te sentirás mejor. Quiere hablar. Siente el tubo enterrándose en ella.
            Cierra los ojos. Deja que los médicos continúen su trabajo.

            Se acostumbra a la sensación de tener algo atorado. Él ensaya una sonrisa. Quiere que lo vea sonriendo cuando abra los ojos.

            0

            Despierta. Pedro la observa desde una silla. Intenta hablar, el tubo la sofoca. Su esposo le pide calma, todo mejorará pronto. En este momento, le funciona la octava parte del pulmón izquierdo. Cuando deje de hacerlo quedará inconsciente y no volverá a despertar.
            El horario de visitas acabará en algunos minutos; él no piensa irse. Ordenó que no dejaran entrar a nadie hasta mañana: quiere pasar la noche con ella.
            No importa lo que cueste mantener el resplandor encendido. Ni que sus hijos se desesperen, lloren y griten. Seguirá viva, es lo que importa. Estará con ella a partir de ahora. Se extinguirán juntos, se desintegrarán tomados de las manos, se pudrirán uno al lado del otro.
            Guarda el libro de oraciones u el rosario en un bolsillo. Son necesarios para una persona que va a morir, y Aurora vivirá. Y ellos vivirán dentro de esa habitación lo que nunca podrán hacer fuera. Se sienta, toma su mano y comienza a leer una crónica sobre el Día de la rememoración de Nagasaki.
            Ella intenta sonreís y mover los dedos, los siente entumecidos. Quisiera ver a sus hijos. Fingió dormir cuando intentaron visitarla. Se arrepiente por haber sido un poco severa; les hablará cuando le quiten el tubo.

            Lee un reportaje sobre los acantilados de Kumano. Respirar se le vuelve sencillo. Observa las fotografías del cuaderno y se siente arrullada por Pedro.
            Él no deja de sujetarle la mano.
            Ella se va quedando dormida.
           

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