Aléjate de ella. Siéntate en la primera fila de pupitres. No
voltees la mirada. No limpies con frecuencia los cristales de tus lentes o, mejor
aún, olvídate las gafas en casa. Cámbiate de colegio si es posible. No apuestes
a que será tu novia, así el chico más popular de la clase diga que tú tendrás
una semana de ventaja y él, en desventaja, se acercará a ella el último día; no
apuestes a que será tu novia, así ponga en juego su teléfono móvil y su recreo
diario. No aceptes porque puede ser que ganes y, ya luego, le dirá que
apostaste, le dirá que él se lo dice por bueno, porque la quiere en serio y tú
quedarás como un tonto. No aceptes, porque si pierdes tú tratarás de hacer lo
mismo, pero ella no se lo creerá, te mirará con lástima y quedarás como un
tonto. ¿Y qué si ella se acerca? Abandona la cama, límpiate esas lágrimas, borra
esa sonrisa, mírate en el espejo, quítale las pelusas a tu jersey, ajusta tu
corbata y, por favor, convéncete de que estás confundiendo las cosas porque ella
habla contigo máximo porque es amable. Piensa en tus prioridades, en tus metas
frágiles, en lo pequeño que todavía es tu círculo social y en el número de
chicas y chicos que se casarán apenas salgan del colegio para poblar un país
al que dejarán de sentir suyo. Piensa en las veces que escuchaste a tu
madre decir que era la chica más linda del curso, piénsala imaginándose en qué
sería de su vida si tan sólo no se hubiese casado con tu padre. Piensa.
¡Y ya
suénate o sórbete vez esos mocos de una buena vez, por favor!
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