No leímos la Biblioteca del Sesquicentenario, compuesta por apenas veinte títulos, 54000 ejemplares impresos, algunos aún hallables. ¡¿Qué les hace pensar que leerémos 200 libros?!... Vale. Está bien. Me pongo del lado que más me conviene y cito a Pitigrilli: «La sinceridad es un chaleco de fantasía con colores insolentes e impúdicos, que los mal llamados sinceros ostentan en presencia de aquellos ante los cuales no tienen nada que perder; pero cuando pueden llegar a ganar algo, se abrochan la chaqueta con doble hilera de botones sobre el orgulloso chaleco de fantasía de la sinceridad.» Confieso, entonces, que he leído Cántico traspasado de Oscar Cerruto y, por ahora, señor Banzer, no diré más respecto de la Biblioteca del Sesquicentenario, no escribiré más al respecto.
            Si le ves el lado bueno, al menos las primeras ediciones de esos libros habrán de costar más caro, me dice un cliente. Y sonrío. Reviso los estantes del qhatu librero y encuentro títulos que incluiría en la Biblioteca del Bicentenario. Abro el navegador, reviso algunos periódicos, hallo apenas un par de notas que hacen referencia a la lista, no a su presentación. Sobre los libros del Bicentenario (Página Siete, 13 de diciembre): hago click en Cerrar. Envían carta sugiriendo incluir 14 títulos en la Biblioteca del Bicentenario  (Los Tiempos, 4 de diciembre): click en siguiente pestaña. Las 20 obras que faltan en la Biblioteca del Bicentenario (Página Siete, 21 de diciembre): coincido con José Luis Saavedra sobre la inclusión de La máscara de piedra de Fernando Montes Ruiz y me hubiese encantado que María Galindo sugiriese libros escritos por bolivianas, temáticos o no, como los ensayos de Rosario Aquim Chávez, Virginia Ayllón o diarios como La Guerra del Chaco: Mi visita a las zanjas del Velo de Laura Graciela de la Rosa Torres. ¿Queda algo por decir en el siguiente párrafo? Jorge Ibargüengoitia responde lo siguiente: «Cada uno de nosotros deja tras de sí una estela de algo, que le parece lo más natural, […] y que para los demás es mugre.»
No voy a hablar del número de obras por departamento. De eso ya se ocuparon otros que, espero, no se hayan de ocupar en el presente texto y más bien promuevan iniciativas similares en departamentos y municipios, secciones y capitales de secciones de los que yo, como bien suponen, no me puedo ocupar. En el caso de los libros escritos en lengua originaria, lo mismo, casi no tengo qué decir (total, está la Antología de Literatura quechua/aymara/de tierras bajas), pero lo digo: El premio Guamán Poma de Ayala, en su tercera versión ya, puede que con algo de suerte, algo de trabajo, y algo de continuidad incida en darle la vuelta a la situación actual, dejando no sólo escritores (previo registro y transcripción de la tradición oral), sino también lectores de libros escritos en lengua originaria (cosa que diría más de los avances en descolonización que la publicación de libros sobre culturas milenarias escritos en castellano).
La lista me parece oportuna, pero también oportunista, forzada. Faltando 10 años para el Bicentenario, ¿quién nos asegura que lleguemos, quién asegura que vaya a llegar usted o yo? Siete de las 15 Novelas Fundamentales, parte de la Biblioteca del Bicentenario, ya son accesibles para todo el que pase por el Ministerio de Culturas y Turismo; llegan ya, con dificultades eso sí, pero llegan. Yo hubiese reunido a las 15 en un libro que llevase por titulo Quince novelas fundamentales (incluyendo, a manera de prólogo, los dos tomos de Historia Crítica de la Literatura Boliviana), ya que de esta forma hubiese sido posible publicar 15 o 16 libros no fusionados o, mejor aún, tendríamos EL-LI-BRO fusionado y, lejos de susceptibilidades, hasta disminuiríamos el número de antologías a cargo de lecto(escrito)res que, como todos, tienen deudas pendientes con colegas que les escribieron prólogos y reseñas.
Repito: La lista me parece oportuna, pero también oportunista, forzada. Refuerza más allá de buenas intenciones el estereotipo del que «nuevos lectores entre 15 y 30 años de edad» (público objetivo de la colección) quiere deshacerse. No sé ustedes, pero yo quiero creer que si bien es imposible librarnos de estereotipos al menos podemos ampliar los horizontes de tales, dejando de leernos entre los mismos, dejando de leer lo mismo, alimentando el imaginario, enriqueciéndolo, no repitiéndolo, ya que en gran parte son las lecturas desordenadas las que permitieron el florecimiento de nuevas disciplinas y ramas del conocimiento.
            Extraño en la lista la publicación de la obra de bibliógrafos como Werner Guttentag, Arturo Costa de la Torre, Juan Siles Guevara, José Rosendo Gutiérrez, Gunnar Mendoza (Gabriel René Moreno e Ismael Sotomayor están), pero ese no es motivo suficiente para estrellarme contra el Comité de Selección. Me pongo en su lugar, en el lugar del proscriptor, y confieso que también me ha pasado. He recibido la visita de clientes que me piden les sugiera un libro de determinadas características, y, lo pienso, lo pienso hasta que encuentro que la respuesta ha llegado tarde, luego de haber dicho No se me ocurre nada, perdiendo la oportunidad de decir algo más.
No faltarán los que hayan leído los 200 libros, o al menos lo presuman. Yo no. Yo apenas puedo valerme del chisme (deporte nacional). Decir que en el proceso de selección hubo la intención de eliminar a la Comisión de Literatura y Arte, y quizá con ello a 71 libros que son parte de la lista; que los operadores de imprenta y los contables del Ministerio de Cultura y Turismo, algunos recordarán lo que sucedió en la FIL 2014, entregaron y distribuyeron dos títulos de la Biblioteca Plurinacional mal compaginados; que, si no se ceden derechos, algunos libros de la lista serán reemplazados por otros; que los libros por escribirse, al no estar escritos, responderán en alguna medida a intereses revisionistas del partido de gobierno en turno; que aún no conocemos la metodología del proceso de selección de los libros, a cargo de José Roberto Arze,  pero nos gustaría conocerla; que los lectores en formato digital esperan que los libros salgan en formatos .mobi y .azw, y no sólo en .pdf; que exigen Apps para la geolocalización de lectores de determinado título y el intercambio de notas; que no hay libro inocente y, por ende, no hay lista de libros inocentes, pero así y todo podemos estar de acuerdo con Raymond Williams en lo siguiente: «por dominante que sea un sistema social, el verdadero sentido de su dominación lleva consigo una limitación o selección de las actividades que abarca, de modo que por definición no puede agotar toda la experiencia social, la cual, por tanto, siempre deja sitio potencialmente para acciones e intenciones alternativas que todavía no están articuladas como institución social o siquiera como proyecto», o con Copi que, valiéndose de una errata de nombre Gouri, nos dejó escrito lo siguiente: «era perdonable que los humanos prácticamente no tuvieran memoria, dado el número de ellos que se ocupa de escribir, pintar, esculpir, fotocopiar y grabar sus voces, hechos y actitudes, mientras que la falta de memoria entre nosotras acarrearía inexorablemente la extinción de nuestra especie. La Reina era de la opinión de que los humanos desaparecerían de la superficie de la tierra una vez hubiesen terminado de reproducirse totalmente en objetos de arte que nosotras guardaríamos como recuerdo, como les pasó a tantas bestias del terciario de las que no conservamos más que el molde; Rakä, más optimista, les deseaba una vida en el mundo tan larga como la nuestra, aunque, dado el estado de torpeza al que los conduce la falta de memoria, dudo mucho que eso sea posible.»
Como todo comentarista eventual, lo sé, con el fin del presente texto me olvidaré del asunto esperando, como máximo, esmero en la impresión y distribución de los libros que, quiérase o no, terminarán cayendo en nuestras manos con el pasar de los años y el valor dado a todo lo que un día fue motivo de rabieta y hoy no es más que asunto archivado.

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