Durante un mes, o algo más de un mes, habían salido de la casa, o abandonado la casa, primero los padres en sus cajas respectivas de madera, y después otros artículos también de madera, en forma de muebles, y además todas las otras cosas que componían o integraban el hogar. Su cama, la hermosa cama, hecha expresamente para él, fue lo último que abandonó la casa. La hermosa pieza de madera esculpida, fue bajada por la escalera. El la veía bajar desde un rincón del vestíbulo del piso superior. Dentro de aquel artefacto se iban también algunos de sus hermosos sueños.
Habían estado viviendo casi dentro de, o rodeado, por toda aquella madera que lo protegía, o lo resguardaba de la inclemencia exterior.
El niño había ido creciendo, y las pequeñas camas de madera labrada o esculpida, se transformaban en camas más amplias de madera también labrada. No se descuidaba en ningún momento el abrigo o el resguardo de madera para el niño.
Después había quedado sin saber qué hacer en la casa vacía. Recorrió varias habitaciones, se asomó a una ventana, estuvo contemplando unos árboles del jardín, y volvió a colocarse en la parte alta de la escalera por donde habían bajado los muebles. Alguien le dijo que tendría que salir, que iban a cerrar.
Caminó algún tiempo sin un rumbo determinado, y al finalizar el día se alojó en una casa de pensión. Ha estado yendo a diferentes sitios para buscar una ocupación. Ha metido en sus bolsillos algunos papeles con direcciones de posibles empleos. En dos o tres sitios ha llegado tarde; ya han tomado un empleado, no lo necesitan, etc. Se desanima. A veces, ni llega a llamar; hace el ademán de colocar el dedo en el timbre, y después retira la mano. Le parece que será inútil cualquier actitud. Pero, tendrá que intentar algo; ya debe algún dinero, y la dueña de la casa le ha pasado la cuenta, dos, o tres veces, o tal vez cuatro.
Regresa a la casa de pensión. Cuando fue a entrar en el cuarto de baño, no pudo hacerlo. La puerta no se abría. Podría estar alguien adentro, pero no era probable. A esa hora, que era la que él eligiera precisamente porque nadie utilizaba la habitación en esos momentos, tenía que estar desocupada. No se veía luz además y la habitación era oscura.
Miró la puerta detenidamente, y pudo ver que habían colocado una cerradura nueva y que necesitaba una llave para abrirla. Tuvo que ir al café o bar más próximo.
Por la tarde pudo observar que algunos de los pensionistas tenían una llave para entrar en el cuarto de aseo.
Intentó ubicarse en otra casa, una casa de precios muy bajos. Le pidieron una cantidad por adelantado, o garantía. El dinero que tenía no alcanzaba a cubrir esa cantidad.
Por la noche casi no comió; esperaba de ese modo no tener inconveniencias físicas cuando estuviese acostado. En los días siguientes casi corre de un café a otro. Ha esperado tres o cuatro horas, o más (retenciones que lo mantienen en un estado muy especial de desesperación, ansiedad, etc.). Pasa algún tiempo, y esas retenciones, el mismo desarreglo nervioso que le ocasionan, el estado de desesperación por su situación general, le van produciendo cierto desequilibrio.
El cuarto de aseo cerrado y los momentos en que lo necesita, llegan a convertirse en una obsesión. Por esos días casi no piensa ya en otra cosa, o no tiene otro pensamiento que ese. Llega el momento y busca el sitio en el que tendrá que meterse. En los cafés no puede tomar nada, no tiene ya dinero, y espera que le amonesten, o que le echen a la calle. Entra con temor, tratando de pasar desapercibido, casi caminando lo más cerca posible de las paredes.
Comenzó a utilizar papeles de periódicos, y se ubicaba detrás de un armario de la habitación. A pesar de todo el sitio no resultaba incómodo. Pero después tenía que retirar aquellos paquetes por la noche, y se veía obligado a esperar el momento oportuno para no ser visto en esa ocupación.
A veces, las personas que pasaban por la calle, eran numerosas, y tenía que realizar varios viajes con su envoltorio hasta dejarlo en un lugar conveniente. Tenía también que evitar los encuentros con la dueña de casa.
Han colocado otro pensionista en su habitación. El hombre distribuye sus horas de sueño de una manera un tanto desusada. Al cabo de una hora de haberse acostado enciende la luz nuevamente, y se dedica a leer o a escribir y toma apuntes en varias libretas. Tiene siempre algún libro y varias libretas sobre la mesilla junto a la cama.
Dos o tres veces ha sido sorprendido ocupado en sus menesteres en el sitio que queda entre el armario y la pared y que es el más indicado. Se ha visto obligado a interrumpir su tarea y a esperar que el hombre apague la luz, para recoger su periódico y volver a la cama.
Algunos días permanece echado en la cama, con los ojos fijos en el techo, o en las paredes. Esperaba algo tal vez, algo indefinido que viniera a resolver sus preocupaciones.
Comenzaba a disminuir la luz del día, llegaba el otro ocupante de la habitación y revolvía sus libros y sus papeles. Ya era de noche y tendría que bajar a comer. En la mesa le colocaban todos los platos juntos: él era el único que recibía ese tratamiento. Podía observar las otras mesas, y todos los otros pensionistas tomaban sus comidas, una después de la otra.
Los platos que tenían alguna salsa, se enfriaban, y la salsa se volvía sólida, o semi sólida. La comida tomaba un gusto desagradable. Con su nuevo sistema de comer lo menos posible, ya eso no le importaba.
Cuando se le termina el dinero ya no puede comprar periódicos. Espera los momentos oportunos para apoderarse de alguno que los clientes de la casa puedan olvidar. La nueva tarea está llena de dificultades; esas personas cuidan mucho sus periódicos, la mayoría los guardan y casi no los abandonan en ningún momento. A pesar de ello ha podido recoger dos, o tres.
Una tarde salió a la calle y se dirigió al café más cercano. No tendría tiempo seguramente para ir más lejos. Habría dado tres o cuatro pasos y se encontró metido dentro de un grupo de personas que caminaban en dirección opuesta a la suya. Bajó a la calzada para evitar los encontrones; pero allí también la gente era numerosa. Un hombre con un banderín lo empujó, y unas mujeres que llevaban unos carteles lo rodearon. Consiguió librarse con dificultad, pero en seguida fue detenido por otro grupo con nuevos banderines y nuevos carteles.
La molestia llegaba ya a su punto más alto; no podría alcanzar el local del café. Trató de retroceder, pero no pudo; un hombre gordo, con una bandera muy grande lo tomó por un brazo y quedó envuelto en la tela de la bandera.
En esos momentos sintió un contacto tibio en la parte inferior del cuerpo, y la molestia desapareció. La gente comenzaba a disminuir y pudo subir a la acera. Consiguió entrar en el local del café y en el cuarto de aseo. Tuvo que limpiar sus ropas interiores en la pequeña pila, y volvió a colocárselas todavía mojadas.
En los días siguientes comenzó a llover. Tenía que caminar con rapidez hasta el local del café próximo. Trataba de caminar muy junto a las paredes de los edificios para mojar las ropas lo menos posible. Las prendas de vestir que podían resguardarlo, ya habían sido vendidas y se veía obligado a cuidar las últimas.
Una mañana no consigue dejar la cama. Cada vez que intenta levantarse, se oscurece su visión y aparecen unas lucecillas muy pequeñas. Tiene que acostarse nuevamente. La dueña de casa lo visita por la tarde, o ya casi de noche, y le comunica que allí no puede continuar, que llamará a alguien que lo lleve a una "casa de salud", o a algún otro sitio semejante. Que su casa es para personas sanas y "florecientes", o "que van hacia adelante, y que él no era sano ni floreciente, ni iba hacia adelante, y más bien se dirigía hacia atrás".
La palabra "floreciente" estuvo un momento flotando en la habitación, o por lo menos, a él le pareció que flotaba. Después aparecieron de nuevo los pequeños puntos luminosos, y la palabra se desvaneció. Se hallaba de nuevo dentro de su hermosa cama esculpida, hecha expresamente para él, etc., etc.

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