Son tantos seres sin nombre entre el tumulto, tantas ocasiones de encuentros con ellos dentro el laberinto. Su apariencia no dificulta para nada una intención de descripción. Aunque dudo ¿Podrán describirme ellos?
Son incontables ya las ocasiones de encuentros involuntarios mutuos. Y no, no es por metafísica, ni porque siempre esté pensando en ellos. Es más yo me encontraba en otro afán, pero hace instantes topé con uno de ellos.
Me pregunto. Si, yo me pregunto. No encuentro respuesta. Y si ella me hubiese preguntado. Peor… ¿Cómo pueden hacerme sentir tan pequeño siendo ellos los postrados y con las cabeza mirando al suelo? Solo sus brazos tienden erguidos, cual repisa increíblemente sostenida por un clavo. ¿Por qué logran en mi tal efecto? Mi comodidad deja de ser cuando me encuentra una de sus presencias mientras me encuentro sentado dentro de alguna prestadora de servicios de alimentos y bebidas. El alimento en mi estomago es desplazado por un vacío. No me queda duda lo desplaza el rostro de alguno de ellos.
Tal vez, Si tal vez los he idealizado. Aunque por el otro lado tal sensación puede derivar del bambaleo anual constante en el transcurso de estos recientes pasados años de mi vida. Me identifico con sus congojas. Trasladarme en avión unas veces pero otras en camión. Comer con cubiertos, comer con tus manos, a veces comer tus manos. Si, debe ser por eso, por eso que siento rabia cuando la gente rabia por su presencia.
– Así no más ya se han mal acostumbrado estos flojos.
Exclama la voz de una persona que lastimosamente me acompaña. Bueno, que me acompañaba, pues como se ha faltado el respeto a dos personas. Si, a dos. Al ser aludido primero y luego a mi por la extraña relación que tengo con ellos sin su consentimiento. No tengo que dar explicaciones. No las doy, y solo me retiro a continuar con “mi vida”.
Hoy una vez más suscitó un número del sinnúmero de veces en que nos topamos. Esto debo repetirlo. Ella a diferencia no levantaba el brazo, sin embargo la clasifiqué como a uno de ellos. Ella más bien levantaba una caja con uno de sus brazos. Su otra extremidad superior sostenía un bastón, aunque lo más seguro el bastón sostenía el brazos y a ella incluida. Su paso era lento y desgastado como su rostro. Avanzaba en dirección contraria a la mía con un compás inferior al de la tortuga o el caracol. Si no sonara tan horrible juraría que se arrastraba como una babosa, dejando humedad tras el camino ya perteneciente al pasado, humedad emergente de su cuerpo, más específicamente de sus ojos. Su bamboleo sufrido coincidió con el mío. Pero nuestro sufrimiento era diferente. El mío no se curaba con un tratamiento médico. El de ella si. Pero lo más seguro ni vendiendo el mazapán cargado durante dos años cubriría los gastos que implicaría seguir las indicaciones que uno de esos señores de guardapolvo le recetarían. Para colmo el viento ondea. Si, ondea unas banderas hace rato, unas banderas nacionales y departamentales pertenecientes a una tienda de ropa importada. Las patrióticas telas rozan su rostro, al suelo caen gotas más.
¿Qué si podría acercarme? Si, claro, podría haberlo hecho. Que si no me acerqué. ¿No he sido acaso lo suficientemente comprensible? Entonces es cierto lo que muchos piensan. Estas letras son solo una terapia, solo son eso. Me da vergüenza y demasiada.
Oigo algo, oigo mi nombre, es el llamado de mis padres quienes piden que pase al comedor para comer un exquisito pejerrey a la romana, luego iremos a pasear en el Toyota Prado creó que dijeron, lastimosamente nuevamente de compras.
Son incontables ya las ocasiones de encuentros involuntarios mutuos. Y no, no es por metafísica, ni porque siempre esté pensando en ellos. Es más yo me encontraba en otro afán, pero hace instantes topé con uno de ellos.
Me pregunto. Si, yo me pregunto. No encuentro respuesta. Y si ella me hubiese preguntado. Peor… ¿Cómo pueden hacerme sentir tan pequeño siendo ellos los postrados y con las cabeza mirando al suelo? Solo sus brazos tienden erguidos, cual repisa increíblemente sostenida por un clavo. ¿Por qué logran en mi tal efecto? Mi comodidad deja de ser cuando me encuentra una de sus presencias mientras me encuentro sentado dentro de alguna prestadora de servicios de alimentos y bebidas. El alimento en mi estomago es desplazado por un vacío. No me queda duda lo desplaza el rostro de alguno de ellos.
Tal vez, Si tal vez los he idealizado. Aunque por el otro lado tal sensación puede derivar del bambaleo anual constante en el transcurso de estos recientes pasados años de mi vida. Me identifico con sus congojas. Trasladarme en avión unas veces pero otras en camión. Comer con cubiertos, comer con tus manos, a veces comer tus manos. Si, debe ser por eso, por eso que siento rabia cuando la gente rabia por su presencia.
– Así no más ya se han mal acostumbrado estos flojos.
Exclama la voz de una persona que lastimosamente me acompaña. Bueno, que me acompañaba, pues como se ha faltado el respeto a dos personas. Si, a dos. Al ser aludido primero y luego a mi por la extraña relación que tengo con ellos sin su consentimiento. No tengo que dar explicaciones. No las doy, y solo me retiro a continuar con “mi vida”.
Hoy una vez más suscitó un número del sinnúmero de veces en que nos topamos. Esto debo repetirlo. Ella a diferencia no levantaba el brazo, sin embargo la clasifiqué como a uno de ellos. Ella más bien levantaba una caja con uno de sus brazos. Su otra extremidad superior sostenía un bastón, aunque lo más seguro el bastón sostenía el brazos y a ella incluida. Su paso era lento y desgastado como su rostro. Avanzaba en dirección contraria a la mía con un compás inferior al de la tortuga o el caracol. Si no sonara tan horrible juraría que se arrastraba como una babosa, dejando humedad tras el camino ya perteneciente al pasado, humedad emergente de su cuerpo, más específicamente de sus ojos. Su bamboleo sufrido coincidió con el mío. Pero nuestro sufrimiento era diferente. El mío no se curaba con un tratamiento médico. El de ella si. Pero lo más seguro ni vendiendo el mazapán cargado durante dos años cubriría los gastos que implicaría seguir las indicaciones que uno de esos señores de guardapolvo le recetarían. Para colmo el viento ondea. Si, ondea unas banderas hace rato, unas banderas nacionales y departamentales pertenecientes a una tienda de ropa importada. Las patrióticas telas rozan su rostro, al suelo caen gotas más.
¿Qué si podría acercarme? Si, claro, podría haberlo hecho. Que si no me acerqué. ¿No he sido acaso lo suficientemente comprensible? Entonces es cierto lo que muchos piensan. Estas letras son solo una terapia, solo son eso. Me da vergüenza y demasiada.
Oigo algo, oigo mi nombre, es el llamado de mis padres quienes piden que pase al comedor para comer un exquisito pejerrey a la romana, luego iremos a pasear en el Toyota Prado creó que dijeron, lastimosamente nuevamente de compras.
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¡Carajo! esta puta hambre y este sol que me hacen recordar cosas. Al parecer deseo volver a casa. Alejarme de este bosquecillo, de estas calaminas ensarradas y perforadas, de mis cuates polillas*. Claro que lo sé ex niño rico, con sentimiento de culpa ajena, no, no debí haber huido de casa.
*Cuates: Menos que amigos, un poco más que compañeros.
Polillas: Menor, fármaco dependiente aficionado a la clefa.
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