Para Andrea Callejas Herrera.
Es la espera del abandono que inquieta. Y no se va.
Es la espera, y la espera del abandono, que paciente
se queda. Aquellos clientes chilenos que desordenaron mis estantes y reacomodaron
sus recuerdos; posibilidad y expectativa. Es el recuerdo, y la espera de su
abandono; lo que lleva a bajar la cabeza, desde el mentón hasta el más
llamativo de los cabellos parados; lo que inquieta; lo que lleva a blandir los
puños y, concientes o no, clamar, reclamar Venganza.
El número acumulado de NO(s), el número inflado de SÍ(s).
Recuerdos que van tras de algo más que recuerdos. Recuerdos, siempre en busca
de algo más, entre la espera del abandono que inquieta… Y no se va.
Toda esa gente que olvida rápido su enojo, minutos
después, ya sufre de Alzheimer; de Síndrome de Korsakoff, sufre los efectos
de la Ley de Ribot, sufre por no
sufrir, por haber sufrido un cambio o… mejor dicho, no haber sufrido ninguno…
He sido interrumpido, ocurre a diario. Cobro el
precio convenido; me vendo y no. Sonrío. Suena de fondo Te eché al olvido, de Estanis Mogollón, interpretado por Tony
Rosado. Errven Torrez, cantando el tema, me enseñó a cantarlo, me enseñó a no
perdonar y a decir: “Ese fue tu gran error” y “No me lo digas, demuéstralo”.
Eco no perdona a Narciso, Apuleyo no perdona a Eco,
Umberto no perdona ni a Apuleyo ni a Narciso ni a Eco. Borges dice: “Yo no
hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único
perdón”. Anónimo dice: “Hay un hombre que no olvida: el olvidado”. Me quedo con
Anónimo y Errven Torrez que, ya lo dije, me enseñó a decir: “Ese fue tu gran
error” y “No me lo digas, demuéstralo”.
El espejo, no hoy, no ayer, me lo ha dicho: Hay casas, casos, cosas que
no se recuperan, que no se olvidan. El televisor, la radio, el periódico y los
libros de texto me dicen lo contrario. Me quedo con el espejo que sólo se
contradice cada que me contradigo… yo. La subjetividad siempre ha sido
colectiva, y es por eso que prefiero callar cada que veo a más de dos personas
vistiendo la misma marca y riendo con los mismos chistes de siempre; prefiero
callar porque supongo que comparten una misma interpretación y que, tal
interpretación, no se presta a interpretaciones… responde a una “verdad”: “la
verdad de todos”. Esa clase de gente, dirán algunos, debería causarme
desprecio, pero no; en estos casos uso la palabra desencanto. El desprecio
llama a la acción y el desencanto sólo a la lástima y apatía. Tal vez, para
hacer algo más que sentir lástima, debería imprimir y repartir tarjetas que
lleven la siguiente frase de Nietzche: "No hay hechos, hay
interpretaciones".
Son tiempos en que, para los lectores de Foucault, las
ciencias humanas se desarrollan para conocer al hombre y dominarlo mejor; la
razón de la opresión y la opresión por la “razón”. Son tiempos de Venganza, o
mejor dicho, tiempos para identificar el momento adecuado, el momento de la Venganza; si es que tal
no ha pasado ya, claro. El paso que antecede al primer paso, es el primer paso;
el más difícil de todos. Identificar el Cuándo. Esperar como el fotógrafo y el
cazador que, llegado el momento, al presionar sobre algo presionan sobre sí
mismos. La Venganza,
lo mismo, requiere de paciencia, de actuar sin apuro y sin demora, exige el
ritmo exacto y la mirada de la “víctima”, requiere su atención y conciencia en
el momento en que se desarrolla; si no, no es Venganza.
Venganza.
Pocos son los Actos de Venganza, contados son los que
no han sido confundidos. El victimario, hoy es casi regla, asume el rol de
víctima, niega el rol y la existencia del contrario, despojándole de todo;
incluso de su condición de víctima. Pocos son los Actos de Venganza y, aunque
es lo que se acostumbra, no, no se puede considerar Acto de Venganza al abuso y
agresión que, socapado en excusas, termina en abandono o asesinato. La Venganza es lo más
cercano a la justicia y se comete de pocos a muchos; sí, en ese orden, siguiendo
la dinámica de cierto superhéroe de cuyo nombre no me quiero acordar. Es
cierto, no devuelve la felicidad pero, ¿quién hoy en día es realmente feliz?,
¿acaso necesariamente venimos a este mundo para ser felices? La Venganza atenta contra lo
reiterativo de uno o más recuerdos que abren la herida; sí, esa herida que
amenaza con no cerrar. Exagera los hechos o, mejor dicho, los toma por primera
vez en serio.
Acto poético cuando se hace en nombre de todos y cada
uno, y cursi cuando se hace en nombre del “amor”. La Venganza es, tal vez, el
único mecanismo de defensa ante lo frustrante de vivir una vida que no quiere
ser vivida por nadie; una vida, la suya, por ejemplo, que dice “Lo quiero todo”
cuando quiere decir “No sé lo quiero, no quiero nada”.
Todos conocemos, o creemos conocer, el etimo de la venganza. El primer Acto de Venganza,
un acto que nos ha llevado a declararnos una guerra tímida, que además se pone
vieja con el pasar de los años; acto que no genera escarmiento, siendo eso,
precisamente eso, lo que se ha esperado, lo que se espera y se sigue esperando.
Esperamos la llegada del último Acto de Venganza, creyendo haberlo identificado
y desengañándonos a diario. Esperamos, la espera del abandono, repantigados en
un cómodo sillón, dentro de un café, con café en mano y, detrás de una ventana,
detrás del vidrio. Esperamos, como espectadores, no como partícipes. Esperamos
el último Acto de Venganza, en vez de cometerlo… O tal vez, prestos a
interpretaciones, simplemente... “No me lo digas, demuéstralo” …esperamos cobardes…
“Ese fue tu gran error” …el último acto de perdón.
Publicado en Apostillas, Nro.1, en abril de 2013.
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