EL SOL despuntaba por detrás del Illimani. Bonetes blancos
adornaban las clásicas crestas andinas. Luciendo su capa roja y montado en
Holofernes el Capitán del Siglo daba instrucciones con su bronca voz de mando.
El paisaje de los tres mil soldados de tropa era desconcertante porque no
llevaban sus armas de guerra sino herramientas de cantero, cavadoras, picos,
barretas y azadas. Las bandas del Batallón Segundo y Colorados de Bolivia
interpretaban chuecas, pasacalles y bailecitos. Habían desaparecido los rostros
ceñudos de héroes profesionales. El Gran Capitán ordenó la salida y las bandas
con redoble de tambores y cornetas comenzaron a ejecutar la Marcha Presidencial,
coreado por los soldados:
Viva el héroe inmortal de la gloria
De civismo y valor ejemplar
Cuyo nombre jamás en la historia
Con ninguno se pudo igualar.
Banderas y estandartes ondeaban
en mástiles como clavados en el cuerpo de una enorme serpiente que reptaba.
Ascendiendo por la calle de la
Catedral de Santo Domingo no se detuvo hasta llegar al cerro
Santa Bárbara, desde cuya cumbre se divisaba la hoya paceña: ciudad tradicional
con edificios coloniales en el centro, residencias solariegas en los barrios
aristocráticos de San Jorge y Sopocachi y caseríos en San Pedro y Chocata, San
Sebastián, Recoleta y Garita de Lima. Y detrás del desnudo posterior de
Potopoto el valle de las mieses. Sembrados apretados y espesos...
Simón Bolívar en ocasión del terremoto
sufrido en Caracas, manifestó que si la naturaleza se oponía a los designios de
libertad lucharía contra aquella hasta doblegarla y el Capitán del Siglo, leal
al pensamiento y la acción del Libertador, derribaría la muralla que se oponía
al engrandecimiento y progreso de la ciudad de La Paz.
El Ejército ascendió a la cima.
El numeroso público quería vivir el acontecimiento. Holofernes conocedor del
camino abrupto, acesando había escalado el promontorio que le permitiría a su
amo dirigirse a las formaciones de soldados que esperaban sus instrucciones. En
efecto, sin bajar de la cabalgadura, expresó:
–Soldados míos, hermanos al
servicio de la Patria.
Habéis guardado vuestras armas defensivas, porque la Patria en este instante no
necesita el sacrificio de vuestra sangre honrosa. La que habéis ya vertido con
tanta generosidad ha fecundado el terreno y la paz que en consecuencia
disfrutamos abre una nueva etapa en las conquistas apacibles de la industria y
los progresos materiales del país. Como el caso de Coroico que, siguiendo la
planificación del canónigo Fernández Guachalla, afrontaremos el desafío. Abriendo
picadas y bordeando precipicios construiremos un camino moderno que salga de la Cumbre de Unduavi y llegue
a Coroico victorioso. Y hallaremos el paraíso… En los tiempos del Rey la gran
ocupación de las autoridades en vez de hacer escuelas y caminos había sido
clamar por obispos con muchos canónigos y buenos cantores.
Anunció que la hermosa y querida
ciudad de Nuestra Señora de La Paz,
para que extienda como la ova en una laguna ante la caída de una piedra, se
agrandará horizontalmente. Y para cumplir tal anhelo, el ejército invencible ha
despertado como el gigante dormido de la leyenda. Un ejército encerrado en las
cuatro paredes del cuartel, como convento de clausura, es un colosal desperdicio
de fuerzas. La cuantiosa mano de obra del Ejército transformada en una vasta
masa laboral, se pondrá al servicio de las construcciones públicas. Derribada
la muralla de Santa Bárbara, la región de Potopoto podrá albergar hospitales,
cuarteles, institutos de enseñanza, campos deportivos, conventos, plazas, calles,
avenidas modernas, balnearios y, si se quiere también y hay voluntad, un reloj
inglés como el de la torre de Londres. De lo imposible siempre emerge lo posible…
–Trabajemos con tesón en obsequio
de esta amada tierra nuestra. Mejoraremos la situación de esta ciudad
imaginaria cuyo vecindario se está amontonando sobre un estrecho radio, con
perjuicio de la comodidad doméstica, del aseo y limpieza, de la salubridad y
ornato público. Soldados míos, hermanos al servicio de la Patria: Echad abajo esa
muralla que separa la ciudad de la ancha meseta de Potopoto, hermoso y
pintoresco valle, que en breve será asiento de una nueva, alegre y progresiva
zona urbana.
El público aplaudió las palabras
del Capitán del Siglo. Se apeó y las bandas dieron una atmósfera de fiesta al
acontecimiento.
No hay un lecho en la historia del mundo
Cual tus hechos de heroico civismo
No hay hombre de más patriotismo
Como tú: ¡Melgarejo inmortal!
Tomó en sus manos una pesada
barreta, golpeó con fuerza y con una auspiciosa respuesta desprendió un trozo
de roca. Y nuevamente los vítores y los aplausos. ¡Melgarejo es un caballo!
Prestamente lo imitaron los
ministros y altos funcionarios de Estado. Pasada la ceremonia inaugural, se
dejó escuchar la voz del Comandante en Jefe del Ejército, ordenando a los
soldados romper filas y atacar la muralla dirigidos por sus mandos naturales.
Los nuevos trabajadores al toque batiente de cornetas y tambores ocuparon sus
puestos. Desde los cerros vecinos y el mismo valle de las mieses, los vecinos
observaban a los diligentes obreros que se movían como hormigas. De cuando en
cuando un trueno de rocas desprendidas saludaba la hazaña. Día tras día,
infatigables, colaborados por voluntarios civiles en un ambiente de gesta,
esparcida de polvo y sudor, derribaban palmo a palmo la montaña. El
protagonismo del nuevo y poderoso Ejército precursor. El Gran Capitán era el
principio.
La inauguración del paso fue
señal del cambio para los estantes y habitantes de la ciudad fundada por el
capitán Alonso de Mendoza. La quebrada adornada como una novia con arcos de
triunfo y saludada por dianas del alba, conjuntos folclóricos nativos, juegos
populares y verbenas.
Napoleón al tratar de hacer una
perforación por los Pirineos había expresado: ¡Si es posible, hágase! Y el Gran
Capitán: ¡Es más que probable nivelar una montaña, pues la nivelo! Y se lanzó
alma, vida y corazón a la obra señera. La
libertad y La Situación aseguraban
equivalente a las Pirámides de Egipto. La Naumaquia Romana
y el Istmo de Suez. La mayor y trascendental acción cívica de Melgarejo en La Paz.
Poquito a poco, pasito a paso,
ten con ten, nacía la ciudad del futuro, hermosamente ensanchada con flores,
chacarismos y bastante riego. Las vacas con ubres a punto de reventar andaban
triscando los verdes pastos seguidos por sus terneros. Y los indios estrechos y
puros con sus indias al lado atendiendo las sementeras. Y el Capitán del Siglo
acompañado de la Primera
Dama de la
Nación en medio de arcos de triunfo, mixtura y serpentinas,
expresó aquí se levantará la mejor zona urbana de La Paz. El vecindario modernizará
la ciudad, aumentará el número de habitantes y realzará con una espléndida
floración artística. Veía el farallón de Santa Bárbara impertinentemente
erguido frente al palacio y me sentía oprimido, como si fuese la claustrofobia
que no soporto. Hay que derribar este cerro cuanto antes, me decía, y respirar
el oxígeno que viene de Yungas.
Ideas venturosas. El
trascendental paso del designio transformador. ¿Qué tal si nos pusiéramos a
construir caminos, como el proyectado a Coroico, esta vez al Oriente? ¿O el
ferrocarril de Cobija a Potosí, con diez mil soldados de primera línea? Por
Dios, cómo temblaría el mundo.
Los
escolares y las educandas de los liceos ya no gozarían de las excursiones al
barrio periférico de San Pedro sino a la nueva ciudadela. El Capitán del Siglo,
valluno del paisaje y sentimiento, contento de librar al servicio público la
quebrada que unía a otra realidad, cuando le solicitaron bautizar a la nueva zona
con un nombre, respondió se llamará Miraflores, en honor a Juanita Sánchez que
ha mostrado su contentamiento al divisar el valle cubierto de las flores más
hermosas del mundo
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